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Un debate de altura

domingo, 30 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Se ha cumplido con evidente éxito el debate por televisión a que se sometieron los candidatos presi­denciales Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán Sarmiento, cuyos entrevistadores, tres periodistas de alta calificación que pertenecen a distintos estilos y matices políticos, presentaron un cuestionario de gran interés dentro de la actualidad co­lombiana.

Hay que aplaudir, ante todo, la altura con que se llevó a cabo el de­bate. Las respuestas de los candi­datos pueden calificarse de acertadas en ambos casos y representan dife­rentes enfoques sobre serios pro­blemas que afectan la vida del país en los campos económico y social, sobre los cuales giró esta primera ronda.

La opinión pública, que se calcula en diez millones de televidentes, o sea, cifra bastante superior a la que llegará el total de sufragantes, tuvo oportunidad tanto de apreciar la habilidad de los entrevistados para comunicarse con el pueblo que los interrogaba, como de pesar las so­luciones que ellos ofrecen a las apremiantes dificultades de la hora.

Los gestos, el lenguaje, la apariencia personal, la certeza o inseguridad de las respuestas son factores valiosos para que el público establezca sus criterios, que se traducen en prefe­rencias y por tanto en votos, alre­dedor de las figuras que se pelean el favor de las urnas. Debe tenerse en cuenta que gran parte del electorado situado esa noche frente a los tele­visores está compuesta por jóvenes y éstos no se hallan en su mayoría matriculados dentro de los partidos tradicionales: se inclinan más por las personas.

Galán, con la facilidad de expresión que lo caracteriza, consigue rápida penetración en las masas; y a esto se agrega el peso de sus argumentos, que despiertan entusiasmo. Ese desparpajo, empero, lo confunden algunos con fogosidad o ímpetu ju­venil. Gómez, más veterano y más reflexivo, no posee la misma fluidez verbal pero sabe transmitir sus ideas, casi en tono coloquial, empujándolas con la mímica y la firmeza de sus juicios.

El uno y el otro dijeron cosas in­teresantes. Dejaron puntos para meditar. Hay que quitarle a su ac­tuación el sentido de aparato o teatro que algunos, incluido el candidato del oficialismo liberal, han querido atribuirle, para hallar en cambio un juego de la democracia y una ocasión para que el electorado afiance sus convicciones o descarte sus temores. Es de lamentar que el doctor Barco haya subestimado esta invitación para medir fuerzas con sus conten­dores y dialogar con la nación desde escenario tan propicio.

Ambos salieron bien librados. Los dos expusieron importantes ideas para la controversia nacional, cada cual desde su ubicación partidista y utilizando las estrategias propias de las vísperas electorales. Y si hay un perdedor sería el doctor Barco por su renuencia a enfrentarse con sus contendores y satisfacer así las ex­pectativas de sus propios adherentes. A la gente le gusta que su candidato sea agresivo, en el buen sentido del término, y que demuestre garra de combatiente y claridad mental.

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El millón de nuevos inscritos frente a los dos comicios anteriores preocupa y tiene nerviosos a los políticos Es un potencial que está sin identificar. Y que decidirá las elecciones. Penetrar en esa masa es todo un programa de acción proselitista. Aquí se pondrá en prueba la capa­cidad de los candidatos.

Celebremos que la democracia co­lombiana se dé el lujo de revisar a la luz pública las tesis de quienes aspi­ran a gobernarnos, y sobre todo que esto se haga con la elegancia, la cordialidad y el discernimiento que se vieron en este primer fogueo de opinión. De tales confrontaciones se desprende mayor facilidad para que el pueblo ponga sus cartas, con la necesaria reflexión, en las dos jor­nadas electorales que se aproximan.

El Espectador, Bogotá, 17-II-1986.

 

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