Raíces históricas de La vorágine
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Después de leer Raíces históricas de La vorágine, el reciente libro de Vicente Pérez Silva publicado con auspicio de la Caja Agraria, el deseo inmediato es volver sobre la extraordinaria novela del escritor huilense. La amplia documentación que ha reunido Pérez Silva, tomada de serios documentos históricos, revela los motivos que llevaron al novelista a dejar este testimonio sobre los dramáticos sucesos que conmovieron al país en postrimerías del siglo XIX y comienzos del actual.
Esta relectura del drama de los caucheros en las selvas del Putumayo y el Caquetá queda ahora más explicada con el acopio de datos, muy bien concatenados y de rigurosa veracidad, del ensayista Pérez Silva, un espíritu inquieto que vive indagando en las fuentes de la historia la explicación de tanto episodio memorable de la vida colombiana. Con base en este acervo de investigación se entiende mejor el proceso de aquella versión novelada que salió al público el 25 de noviembre de 1924, tres días antes de la muerte de Rivera en la ciudad de Nueva York.
Más que ficción, se trata de una protesta sobre los atropellos e iniquidades que soportaban los indígenas en el sur del país a manos de los dueños de la tenebrosa Casa Arana, de funesta recordación en la criminalidad mundial. La selva amazónica fue testigo de la crueldad que ejercieron aquellos bárbaros que explotaban al máximo la fuerza de trabajo de los indios, pagándoles cualquier ridiculez por el vigor de sus brazos en el laboreo del caucho, cuando bien les iba; y usurpándoles las tierras y sometiéndolos a toda clase de torturas, incluida la muerte, en el caso común.
La Casa Arana se disolvió el 19 de marzo de 1909. El país había quedado consternado con la cadena de atrocidades cometidas. Tal era el poder de la casa asesina, que la justicia era casi un auxiliar del vandalismo imperante. ¿Cuántos indígenas fueron exterminados bajo la ley del látigo, del garrote y la castración? Se habla de más de treinta mil. Genocidio pavoroso, que hoy estremece la sensibilidad más dormida.
Rivera, en carta al magnate imperialista Henry Ford, le expresaba: «He tenido en mis manos fotografías de capataces que regresaban a sus barracas con cestas o mapires llenos de orejas, senos y testículos, arrancados a la indiada inerme, en pena de no haber extraído todo el caucho que le imponían los patronos».
Gran parte de los personajes de La vorágine son tomados de la realidad, algunos con nombres propios. Un fiel testigo de la masacre, que se hizo confidente del novelista, le narró los espeluznantes acontecimientos. Y Rivera, que conocía los límites fronterizos y a quien no le eran extraños los misterios y fascinaciones de la selva, encauzó la acción, valiéndose de su rica imaginación y su gran vena poética, hacia la que sería una de las tres novelas universales –junto con María y Cien años de soledad– más famosas de Colombia. Antes había leído diversos testimonios y escuchado muchas versiones sobre la tragedia amazónica. Con semejante bagaje, plasmó su obra monumental, un canto a la selva y a la tiranía del hombre.
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Pero la vorágine de ayer continúa viva en nuestros días. «Ya no es la vorágine de la selva que con mano mágica nos describió Rivera -dice Pérez Silva-. Es la vorágine de la selva humana en que estamos sumidos. Ahora también nos debatimos, indiferentes o desolados, entre la ’selva del crimen’ y la violencia. Es la vorágine de la anarquía y de la injusticia; es la vorágine de la especulación y la usura que nos atrapa y nos consume sin tregua ni cuartel; es la vorágine de la codicia inhumana y del capitalismo desenfrenado que nos devoran inclementes en el diario discurrir de nuestras vidas…”
Este libro, un valioso aporte a la literatura y la historia colombianas, se vuelve fundamental para comprender la epopeya cauchera.
El Espectador, Bogotá, 26-VII-1989.
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Comentario:
Mensaje dirigido a Vicente Pérez Silva:
Celebro haber tenido el agrado y el honor de haberlo conocido por intermedio de mi caro amigo el escritor y periodista Gustavo Páez Escobar. Acabo de leer Raíces históricas de La vorágine, un ensayo tan subyugante por su perfecta urdimbre, por el trabajo paciente para sustentar con documentos irrefutables la génesis de nuestra gran novela. Esta obra lo muestra a usted como un investigador digno del más profundo respeto y admiración. Ya me habían contado en el Instituto Caro y Cuervo hace muchos años que usted era una autoridad científica. Ahora lo compruebo con enorme satisfacción. Más complacido quedé cuando logré confirmar que usted le había dado la terminación a su ensayo tal como yo quería y lo intuí desde el principio. Me refiero a sus acertadísimas reflexiones en la vorágine actual, porque ese espeluznante horror de la violencia no cesa. Leer La vorágine y leer su ensayo es tomar partido contra el crimen, contra la indolencia institucional. Gracias por tan impactante trabajo y por su autobiografiado recuerdo que me honra. José Antonio Vergel, Agencia de Prensa Novosti, Moscú. (Publicado en El Espectador, Bogotá).