Las bethlemitas en Colombia
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace 100 años, el 26 de abril de 1885, llega a la ciudad de Pasto el primer centro educativo que se establece para la mujer en el sur del país. Con el nombre de Colegio del Sagrado Corazón de Jesús sienta sus reales en Colombia, procedente de Guatemala, la Comunidad de las Hermanas Bethlemitas. A través del tiempo ésta se multiplicaría por todo el territorio nacional y luego se extendería por la región latinoamericana y por diversos países del mundo.
Colegios, escuelas, hogares para huérfanos y pobres, guarderías, obras misioneras y parroquiales, centros de alfabetización para adultos, he ahí el extraordinario cubrimiento de unas monjas beneméritas que, silenciosamente, como debe hacerse el bien, han contribuido al engrandecimiento de nuestra patria. «Las religiosas estamos comprometidas en la construcción de un mundo más justo y más humano», manifiesta la madre Berenice Moreno, la actual superiora general, de nacionalidad colombiana, y resume en frase tan nítida todo un ideario de solidaridad con la causa del hombre en esta época hostil y conflictiva.
Fue el iniciador de la orden el beato Pedro de Betancur, español residenciado en Centroamérica, hombre de inmensa sensibilidad hacia los enfermos, indígenas y niños desamparados y fundador en América del primer hospital para convalecientes. Se le conoce además como el primer alfabetizador de América Latina por sus escuelas para niños y adultos.
Coincide el centenario de la llegada de las bethlemitas a Colombia con el año de la alfabetización impulsado por otro Betancur, nuestro inquieto Presidente, programa que busca superar la ignorancia, supina en muchos casos, del hombre común colombiano. Tal parece que el drama de la sociedad desorientada no hubiera variado sustancialmente en estos 100 años, si alrededor del 30% del pueblo colombiano es analfabeto absoluto.
La rama femenina estaba dirigida por la madre Encarnación Rosal, quien acompañada de otras religiosas inició en Pasto, hace un siglo, la evolución educativa en este país atrasado culturalmente. En dicha ciudad se realizará un congreso internacional de exalumnas, entre los días 24 y 27 de abril, como acto central del centenario. «Pasto —dice la madre superiora— significa para toda bethlemita la casa solariega de los antepasados, en donde la historia guarda tantos acontecimientos felices en nuestro caso: una mano bienhechora que se tiende y una tierra fraternal que nos acoge».
Es una comunidad que se ha identificado con la suerte de nuestro país y ha educado varias generaciones de ciudadanas ejemplares. Monjas alegres, modernas, disciplinadas, abiertas a la evolución de los tiempos, magníficas instructoras y grandes guías morales, saben que la enseñanza no sólo consiste en transmitir conocimientos pedagógicos sino en formar mujeres útiles para el hogar y la sociedad.
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Me consta, por ser mis dos hijas egresadas de sus aulas, la educación básica y los sólidos principios que saben imprimir en sus alumnas. A la madre Berenice la he oído disertar, con propiedad y firmeza, sobre temas tan candentes y de tanta actualidad como el del sexo y el de las drogas alucinantes, ante vastos auditorios de alumnas y padres de familia. Sicóloga inmejorable y como tal intérprete aguda de este mundo contemporáneo de vicios y deformaciones de la conducta, su presencia al frente de la comunidad es la mejor traducción de un apostolado edificante.
Muy justa la condecoración Orden Civil al Mérito —la más alta distinción que concede el Distrito de Bogotá— con que el alcalde Hisnardo Ardila Díaz se ha asociado al centenario. Colombia está en deuda con las bethlemitas y debe testimoniárselo.
El Espectador, Bogotá, 11-IV-1985.