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Oteando el futuro

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

1985 será para Colombia un año esencialmente político. En él se de­sarrollarán los mayores ímpetus par­tidistas, e incluso apasionados, de la lucha por el poder. Ya al año siguiente, el de la elección presidencial, apenas se ejecutarán movimientos de ajuste para culminar lo que se ha dejado montado en el período de las definiciones. Los políticos, por eso, pondrán en 1985 toda su capacidad de estrategas y en cierto modo de magos para conquistar el favor del pueblo desorientado.

Hoy el país nacional, tan diferente al país político, mira con desconcierto y desconfianza la llegada de este futuro próximo que aparece nebuloso. Las grandes masas ciudadanas, frus­tradas y errátiles, no creen en las promesas de los candidatos y se preguntan angustiadas de dónde saldrá la fórmula maestra que consiga redimir el estado actual de miseria social y quién será el personero iluminado que logre colocar a Colombia por caminos diferentes. Lo cierto es que el pueblo, apabullado por tanto impuesto y desencantado con las ofertas que en sentido contrario escuchó en el in­mediato pasado, tiene razón de estar escéptico.

Difícil tarea la de los aspirantes al primer puesto de la nación que deben enfrentarse, antes que a divisiones internas y a fogueos con sus competidores, a la incredulidad nacional. El voto en épocas pretéritas era político. Colombia era entonces un país de pasiones sectarias, que más que papeletas colocaba muertos en las contiendas electorales. Hoy el voto es de fe. De fe en la suerte de Colombia, por encima de los partidos. De fe en la rectitud y destreza de los gobernantes. Y como la inmensa mayoría de los colombianos ha perdido la fe, no vota.

He ahí el reto. Sacar a la gente de su marasmo, perplejidad y recelo es tarea de magos. De magos para interpretar y salvar estos vacíos de la conciencia ciudadana, y no de ilusionistas. Los políticos, que parecen ignorantes de estas realidades, se preocupan más de sus ambiciones personales que de la salud de la república.

El fragor de la batalla apenas empieza. Del lado liberal, varios candidatos, ya impulsados, tratan de llamar la atención de posibles adherentes adormecidos. Algunos in­cipientes sondeos de opinión entre la representación parlamentaria, que poco dicen, pretenden fijar prelaciones en los candidatos visibles de esa colectividad, como si hoy fuera lícito distribuir dividendos sin existir resul­tados. Los resultados se cosecharán, de ahora en adelante, conforme se exhiban los programas, se comporten los candidatos y la gente comience a meditar.

A las emulaciones personales debe anteceder el programa de unión de este partido, sin esguinces y de buena fe, como lo proclama Otto Morales Benítez, un político que piensa en grande y que puede obtener creciente respaldo popular si persiste en sus empeños de metas republicanas y de acercamiento a las esperanzas del pueblo.

Y del lado conservador, partido sin divisiones aparentes, sus conduc­tores saben que si preservan la unidad pueden conquistar el poder. Esta colectividad observa con atención y prudencia la vida nacional y se prepara, con un candidato fuerte que nadie ignora, a convertirse en la gran alternativa de este momento confuso.

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El triunfo no será para quien hable más ni prometa más. El pueblo quiere concisión y certeza, se duerme con las piezas retóricas y desconfía de los espejismos populistas. Este pueblo sufrido y expectante, agobiado por la desesperanza y cercado de carestías, de inseguridades y de impuestos excesivos, todavía cree en fórmulas salvadoras.

Es la misma tregua que se presenta de cuatro en cuatro años. Es un pueblo que resiste con estoicismo la adversidad y vive prendiéndole velas al futuro, así sea tan borroso como este de 1985, año que sin embargo recibimos con actitud optimista, pero no con desbordado optimismo.

El Espectador, Bogotá, 11-I-1985.

 

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