Carta inédita de Isaacs
Por: Gustavo Páez Escobar
Com-Industria, la Caja de Compensación de Palmira, ha tenido la gentileza de darme a conocer, por mano de su inteligente directivo el doctor Alfonso Meza Caicedo, una carta inédita de Jorge Isaacs para otro Jorge (tal vez Holguín), que la entidad acaba de adquirir para su sala cultural. Documento de profundo contenido humano y ético, en el que vale la pena reflexionar.
«Ya no puedo cortarme el sacrificio de hablarle con toda franqueza» —inicia la misiva—. «Quizá, dentro de poco tiempo, usted hallaría imperdonable no haber hecho lo que hago. No me atormente más así. Traje esos caballos, que por lo menos valen baratos $1.500, para cubrir con tal suma sus gastos y otros urgentes en casa, demasiado urgentes. No he podido realizar ni uno solo de esos animales. Si hubieran sido de hombre acomodado, valdrían mucho y sobrarían compradores…»
Y sigue narrando su lucha de meses para vender los animales y poder subsistir. «Mientras tanto —exclama—, ¡imagine usted qué habrá sido de mí y de las gentes de mi casa!». Luego menciona el proyecto de una empresa de minas que vislumbra como una esperanza para su futuro económico. Habla de gestiones inútiles para conseguir un préstamo a pocos meses, en las que todos le voltean la espalda.
Y se duele: «Usted no sabe, amigo mío, leal y bueno, todo lo que me ha hecho padecer en estos cinco meses: mis hijos y Felisa se horrorizarían al saberlo: nunca sabrán, por ahora, lo que me cuesta trabajar por su felicidad. Hace ya cinco meses que no tengo con qué pagar los alimentos en el hotel donde vivo. Se espanta usted, ¿no? ¿Se imagina qué veneno habré comido en estos cinco meses día a día? ¿Se imagina qué pensarán de mí los comensales que saben que no puedo pagar lo que como? Se figura usted cuál habrá sido mi tortura de cada instante. Qué valor y paciencia de amar a los míos como los amo. Estoy vivo, y esa es la prueba.
«Ahora hace tres semanas que no puedo pagar el lavado de la ropa… ni tengo dinero para fumar… Lo espanta todo esto. Sí, debe de espantarlo. ¿En qué tierra estoy, pues? ¿Quién soy sino el que hace treinta años trabajaba honradamente para vivir con pobreza, pero honrando al país y procurando enriquecerlo? ¡Ah! Todo esto podría volverlo a uno malo si no hubiera nacido bueno y fuerte. Todo esto podría llenarle de ira el alma, de ira fatal…»
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Esta carta, que no cita lugar de origen, parece escrita en Buenaventura, donde Isaacs residía por épocas. De su lectura se desprende la angustia del hombre que, confiado en la venta de unos animales que le había dejado a su amigo Jorge, estaba reducido a mísera condición humana por falta del vil metal que no fluía.
Increpa así a su amigo tardío: «Remedie tanta injusticia y desamparo mañana mismo: haga usted lo que yo haría, gozoso, y sin pérdida de instantes, hallándose usted en mi lugar. Así sufrí de marzo a septiembre de 1886, y Campo Serrano me salvó para bien del país; ya sabe usted cómo. Y ahora, cuando la obra heroica (déjeme llamarla así, dirigiéndome a usted) está al coronarse para bien de la nación y premio de mis esfuerzos; ahora cuando el país debía cuidar de que mi vejez prematura por él no fuera mi martirio, mi salud se agota en los sufrimientos y no puedo ocultarlos…”
Y concluye: «… no me deje ahogar así, tocando ya la orilla salvadora que debe darme reposo. Guarde oculta esta carta. Si después de que muera, alguno de mis hijos olvida cuánto me cuesta darles independencia y libertad, que él lo vea. No, Dios mediante todos serán…” (La parte final no ha aparecido).
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Ahora que la dignidad y los valores morales se han eclipsado, acaso desentone este testimonio de reciedumbre. Ahora que el ansia de dinero y la explotación son el signo más visible de la época, no se entenderá cómo este hombre cercado por el infortunio, infortunio material y espiritual, podía sostenerse con la sola fe en su capacidad de persona recta, que además mantenía íntegro el sentido del honor, luchando contra la dureza de sus amigos.
La pobreza vergonzante es la peor de las pobrezas y en ella se esconden más personajes de los que se supone. Este mensaje de Isaacs no puede perderse. El país tiene que recuperar sus valores éticos. Del latrocinio permanente, de la distorsión de las costumbres, tenemos que regresar al ejemplo de los viejos que, como Isaacs, son brújulas redentoras.
El autor de María, abandonado por la buena estrella, suplicaba en silencio un mendrugo de pan. Resistía con estoicismo su adversidad, y antes que delinquir, jugaba su última esperanza. María le llegó a la posteridad como mensaje romántico, cuya esencia hemos dejado evaporar, y pocos saben que detrás de la obra maestra había, como ven los lectores de estas líneas, un gigante de la grandeza humana.
El Espectador, Bogotá, 2-XI-1984.