Adiós al Quindío
Por: Gustavo Páez Escobar
Vine por dos meses. Y me quedé catorce años. Corría el año de 1969 cuando el Banco Popular, mi casa del trabajo, me confió la oficina de Armenia mientras se escogía la persona en propiedad. De entrada me reencontré con mi gran amigo Jorge Arango Mejía, hoy embajador en Checoslovaquia, que acababa de ser nombrado gobernador del departamento. El Quindío tenía apenas tres años de independencia administrativa y ese mismo hecho lo presentaba como una región juvenil y prometedora. Armenia era la colegiala primorosa y dinámica que ya se perfilaba como una sorpresa nacional. Todo se veía crecer, todo se veía relucir.
Entré por la puerta grande, y no sólo por el encuentro armonioso con sus autoridades y su gente, sino sobre todo por la identidad con una idiosincrasia descomplicada y con una sociedad hospitalaria y laboriosa. El quindiano, hombre de campo, o sea, de trabajo y paisaje, lleva en el alma un poema. El contacto con la tierra, esa tierra de sudores y esperanzas y también de frustraciones, le imprime un temperamento franco y una hilaridad tonificante. Víctima quizás de la tradición ancestral que heredó del antioqueño, y que defiende con coraje, no cambia su parcela de caturra por el motor de la factoría, así le duela, entre cosecha y cosecha, el rigor de las duras esperas.
Con la disculpa, muy conocida aquí sobre todo por los gerentes de banco, de que «la cosechita fue regular pero la próxima será muy buena», vive trasladando al futuro la convicción de su agricultura irrenunciable. Para ser habitante del Quindío hay que entender primero esta conducta. De mí sé decir que al día siguiente de mi llegada era ya quindiano integral. Lo mismo mi esposa y los hijos, el complemento indispensable para definir un estilo social. El varón de mis hijos lo es también de nacimiento, o sea que las raíces quedan profundas.
Estos nexos son los que hacen difícil la partida. El tiempo, como si no corriera, descubre hoy la fantástica realidad de quince años de gratísimas experiencias. El ejecutivo bancario, que además era escritor inédito, surgió a la vida regional con el doble componente del hacedor de cifras y el hacedor de ideas. Las cifras crecían a medida que las ideas se difundían. Y como me convertí en pregonero de la región desde la prensa grande, a la gente le gustó contar con el banquero pensante. Humanizar la empresa, he ahí el gran reto. Y dignificarla, el gran compromiso.
Adel López Gómez, cantor de la tierra quindiana, así define la verdad de este banquero-escritor boyacense: «La suya ha sido una dedicación plena y generosa del corazón y de la mente al servicio de los grandes y menudos intereses regionales». Acepto, sin ánimo presuntuoso, tan generosa manifestación que representa un estímulo para el complejo y a veces incomprendido ejercicio del banquero doblado de escritor que lucha entre asperezas por la noble causa de la inteligencia y el decoro. Una de las batallas más solitarias es la del escritor.
En el Quindío vieron la luz mis cinco libros publicados. Y me llevo otro inédito, en busca de editor. La cosecha es generosa y sin duda sorprendente. El Humor a la quindiana, título con que El Espectador bautizó mi vena jovial, y que hoy se suspende, fue un homenaje sincero, del periódico y del autor, a esta región efusiva en la amistad y positiva en su diario discurrir.
Inaplazables necesidades de familia nos regresan a la capital del país. Nos despedimos con emoción de la ciudad y su gente. Aquí quedan amigos entrañables con quienes nunca cancelaremos la gratitud ni dejaremos enfriar el afecto.
Y vienen muy al caso las siguientes palabras de uno de mis iniciales artículos de prensa: «Si algún día me toca desandar el camino, en el ascenso a La Línea me detendré de trecho en trecho para no irme del todo…».
El Espectador, Bogotá, 27-VIII-1983.