Hay novelistas pero no hay novela
Carta de Gustavo Páez Escobar a Horacio Gómez Aristizábal
He leído con mucha reflexión tus comentarios sobre mi novela en proyecto. Son referencias honrosas y estimulantes. Expresas además importantes puntos de vista sobre la trayectoria novelística del país. Al enjuiciar la ausencia de la novela colombiana, como un hecho representativo del testimonio cultural del pueblo, haces ver uno de los vacíos de los tiempos actuales.
Hay novelistas pero no hay novela. Hay ganadores de concursos pero no existe una conciencia continuada, seria, realmente valedera.
El Quindío, por ejemplo, no tiene historia escrita porque nadie se ha atrevido a escribir una novela de verdadera profundidad histórica. Los fenómenos sociales de esta tierra son dignos de ser amasados con los ingredientes del buen novelista para dejar la constancia de una época. El mejor historiador debiera ser el novelista. La historia no se escribe con unas cuantas apuntaciones, más o menos minuciosas, como suministrando fechas, pero carentes de densidad humana. La marca de los tiempos es algo muy diferente al relato simple de sucesos, sin tono ni temperatura. Al novelista le corresponde tomarle el pulso al tiempo. Crear el ambiente.
Para entender hoy la guerra de Cartago hay que leer Salambó. Flaubert no hubiera logrado interpretar el dramatismo bélico de no haber escudriñado archivos, realizado profundas investigaciones y a la postre haberse situado en el mismo escenario de los hechos a oler la propia historia. Su obra es gigante porgue le puso el calor humano que no todo novelista encuentra o es capaz de crear.
El Quindío carece, lo repito, de historia escrita. Falta la novela que rescate para la historia la trascendencia de este pueblo forjador de grandes sucesos. La bonanza cafetera es todo un venero de sociología que daría lugar, con buen ojo crítico, para enmarcar la sociedad quindiana dentro de tiempos conflictivos en el desarrollo económico y humano de la región.
El río corre hacia atrás, de Benjamín Baena Hoyos, que ha pasado inadvertida como formidable novela quindiana, pinta la colonización y se convierte en referencia del despegue histórico de una generación de hombres productores de trabajo.
Colombia, por otra parte, que tiene novelistas ocultos, sin estímulos para ser rescatados del anonimato, es dada a la vana ponderación. Le gusta vivir de ficciones. Nuestros escritores, que por naturaleza son narcisistas, pugnan por conquistar la fama efímera, la de los elogios mutuos, donde el humo no permite el florecimiento de la verdadera obra que reclamas. Esa obra puede escribirse en pocos libros, a veces en un solo libro, pero de dimensiones tales que se consiga traspasar la mediocridad. Rulfo, con su Pedro Páramo, se inmortalizó. No necesita de más libros para ganar la gloria.
En nuestro medio se malgasta el tiempo entre falsas pedrerías que a nadie consagran. Estos bastonazos de viejo que dan muchos de nuestros escritores, a veces llenos de pasiones y de inútiles poses de intelectuales, son frustrantes. Sigue, entonces, el vacío que acentúas en tu carta.
El novelista colombiano, que vive desconcertado y camina con miedo, quiere tomar a García Márquez como brújula. Grandísimo error. Hay que crear el estilo propio, individual, dentro de dimensiones diferentes a las del escritor macondiano que ya se apropió de su terreno. Hay que ser auténticos. Si nos dejamos falsificar, estaremos perdidos.
Vemos, sin embargo, aparecer algunas muestras aisladas que indican el esfuerzo de estos tiempos por retratar nuestra época traumatizada. De pronto surge el verdadero testimonio que se echa de menos.
Tus enfoques son certeros. Creas preocupación. Respecto a este modesto escritor, retas mi calendario cuando dices: «Gustavo Páez Escobar está en la edad cenital en que la vida empieza a sazonar sus mieles y el espíritu sus más sabios silencios». Veré qué sigo haciendo. Por lo pronto, trabajar con tesón y tratar de superar los escollos de mi oficio bancario, una barrera en ocasiones esterilizante. Y además no dejarme desorientar. Entre lecturas sólidas y sabias directrices huyo de los falsos apóstoles de la literatura.
Peleo contra el tiempo para poder leer, escribir, producir. Ese es mi problema. También mi reto. No se debe vivir sin retos ni metas. Confiemos, Horacio, en la tenacidad, que es arma poderosa. Es la mejor herramienta de los escritores. El mundo de las letras, de tan enredados caminos, es posible conquistarlo con disciplina y tenacidad. Y es imposible avanzar sin tales pertrechos.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, 13-II-1983.