Se vende urbanidad
Humor a la quindiana
Por: Gustavo Páez Escobar
Desde que la Lotería del Quindío introdujo en su propaganda unas frases de urbanidad le han crecido las ventas. La urbanidad se le ha convertido en buen negocio. El lotero es amigo de todo el mundo y se trata, por lo general, de un personaje simpático, resistidor y sagaz. Siempre nos ofrece el premio mayor, y como en asuntos de suerte los colombianos somos tan cándidos, se lo compramos. Ahora en el Quindío los loteros aumentan utilidades practicando unas sencillas reglas de cortesía, que a la vez hacen cumplir a los demás. La urbanidad se volvió contagiosa.
Si la campaña se trasladara al país desaparecería el mal genio nacional y se curarían las úlceras. La lotería puede lograr el milagro. La del Quindío está ahora empeñada en enseñar buenos modales. Es una inteligente explotación que tiene en desventaja a sus competidoras, que todavía no saben por qué han descendido sus ventas. Yo, tan reacio a las fantasías, hoy no compro sino ilusiones quindianas, por más pajaritos de oro que me pinten en otras latitudes, desde que mis loteros aprendieron lo fácil que es decir…
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Buenos días… Varios loteros saludan mi aparición en el recorrido hacia mi trabajo. Lo hacen sin incómodos acosamientos. También, según parece, se acostumbraron a que no les compre nada, al primer intento. En su cartilla figura que algún día seré millonario.
Muchas gracias… La segunda regla es la consideración que me dispensan cuando les pido paciencia. Les ofrezco buscarlos más tarde, cuando pague las matrículas universitarias. Sin ser tan explícito, de todas maneras me dan las gracias por escuchar sus fantásticas suposiciones.
A sus órdenes… No obstante mis rechazos, ellos se empeñan en estar a mis órdenes. Así día tras día. Por supuesto, acabo adquiriendo, por física pena y a veces por un raro presentimiento de millones desaprovechados, el magnético boleto de la felicidad, con el que vuelvo a perder. Pero no importa perder en medio de tanta delicadeza.
Con su permiso… Me piden permiso para retirarse, y esto es encantador. Por mi parte, le pido al cliente incumplido de mi banco permiso para embargarlo o cancelarle la cuenta corriente. Puede que las palabras no sean tan rituales, pero en los casos extremos algo llevo grabado del código de los loteros.
Tenga la bondad… Es una dulzura que conquista a cualquiera. El otro día me sorprendió con ella el notificador de impuestos. Y lo hizo con sonrisa cruel, mientras yo guardaba en el bolsillo el pedazo de lotería. Después dejó en mis manos, con gesto de comprensión, la comunicación donde no aceptaban mis resignadas exenciones y me ponían a sufrir. Pero lo hizo con gracia y con una venia, algo insólito en el mundo de los fusilamientos. La cortesía desarma al más bravo.
Excúseme, me equivoqué… La cuenta de servicios públicos, a pesar del congelamiento de tarifas, me llegó quintuplicada. Mi electricista revisó de nuevo todos los aparatos en busca de misteriosos escapes, y en consejo de familia volvimos a encontrarnos como los ciudadanos más ahorradores. Días después, el computador de las Empresas Públicas me salvó del apremio al decirme: «Excúseme, me equivoqué”. Quedé perplejo ante el poder de estos códigos que han sido capaces de volver decentes a las máquinas.
Con mucho gusto… Es expresión que toda la ciudad repite. «Con mucho gusto le perdono los intereses». «Con mucho gusto lo espero seis meses más». «Con mucho gusto le bajo el arrendamiento». «Con mucho gusto me divorcio». Todo se hace con buen ánimo, con indulgencia, sin molestar a nadie. Los favores salen a pedir de boca.
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Ahora se comprenderá por qué es grato vivir en el Quindío. Los publicistas de mi lotería, los últimos técnicos en hacernos gratos los rigores y soportables las carestías, recuerdan en su lema final que «los demás cooperan cuando usted los trata con amabilidad».
Son cuñas fáciles de relaciones humanas. Los loteros ya se las saben de memoria y se convencieron de su eficacia. Se están llenando de plata. De la plata que ellos mismos nos succionan hábilmente y con suavidad. Las otras loterías están preocupadas por las ventas. La urbanidad tiene esta ventaja: que no pelea con nadie y a todos nos vuelve ricos.
El Espectador, Bogotá, 14-XII-1982.