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Los lustrabotas de Chía

lunes, 17 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

«La vida está por las nubes», es el clamor que se escucha por todas partes. Para bajarla, o evitar que se eleve más, se acude a la fórmula socorrida de aumentar los sueldos. Con el riesgo que todos conocemos: si estos aumentan un 25 por ciento, los precios se encaraman en setenta y dos punto ocho por ciento, pero no certificados por el Dane, que siempre llega tarde, sino por el tendero del barrio, más ágil y más preciso que las computadoras oficiales.

Cada aumento trae otro aumento. Al incrementarse el sueldo, la canasta familiar se encarece al doble y al triple. Así, de deterioro en deterioro, vamos poniendo la mira en el diciembre del próximo año, cuando habrá nueva revisión salarial. Es decir, otro engaño.

Los lustrabotas de Chía resolvieron aumentarse sus hono­rarios tan pronto supieron que los parlamentarios también lo hablan hecho. «Si ellos ganan más, nosotros no podemos ganar menos», es su sana filosofía de cajón. Si los padres de la patria no lograban vivir con noventa y dos mil pesos mensuales, tampoco ellos podían sostener la embolada de veinte pesos. Por lo tanto, la aumentaron a cuarenta. La no­ticia ya llegó a todos los emboladores del país.

Estos asalariados públicos piensan que el incremento no sólo es obvio, sino insignificante, al escuchar que los parlamentarios dieron el paso mortal a ciento cincuenta mil, y esto después de perdida la batalla de los doscientos mil. Por ahora es un 63 por ciento, alza que nuestros legisladores consideran pírrica frente a sus agobiantes obligaciones.

La voz aislada y hasta sub­versiva, que así fue interpretada, de la parlamentaria boyacense María Izquierdo de Rodríguez, que se opuso al alza descabellada de las dietas, es una protesta en el vacío que sirve para recordarnos que en Colombia hay democracia. Es el sagrado derecho a disentir que por fortuna  seguimos conservando, aunque en la mayoría de los casos no sirva para nada.

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Los profesionales del zapato pueden ser malos para las matemáticas pero no para la lógica, como hoy lo saben los habitantes de Chía. Lo mismo piensa mi peluquero, que hace mes y medio me subió veinte pesitos, y hace tres días otros veinte pesitos. Va el 50 por ciento, y con un guiño me ha sugerido que se aproxima otro remezón. «¿Vio la noticia de Chía?”, me preguntó. «La vida está por las nubes”, respondió él mismo.

Como los huevos suben cada tres días, mi mujer decidió comprar tres  gallinas y un gallo, pero el experimento no le resultó porque los concentrados crecen más que las yemas, y además el gallo se aburrió. A medio día la encontré con el ánimo aplastado. Era como si hubiera perdido una batalla. Me mostró las cuatro cosas que había comprado en el mercado y me enumeró las diez que no había podido adquirir. «La vida está por las nubes». Y para completar, la hija universitaria llamó en ese preciso momento a notificarnos que con el giro apenas había adquirido la mitad de los artículos que necesitaba.

Volviendo a los compatriotas de Chía, ellos piensan que su nueva tarifa es lógica por no tener prestaciones sociales, exenciones tributarias, descuentos de pasajes aéreos ni franquicia postal. Hechas las cuentas al vuelo, como las hace el embolador mientras pone a bailar el cepillo en el aire, la asamblea de lustradores de Chía piensa que así quedan nivelados ambos gremios en sus con­quistas laborales. Al fin y al cabo, si aquellos llegaron al Parlamento fue con el voto de las cajas de lustrar zapatos. Unos y otros deben ganar más para poder subsistir. Planteamiento elemental.

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El Gobierno, mientras tanto, hace grandes esfuerzos para contener la escalada de los costos, y tiene previsto un tope del 25 por ciento como índice de la inflación durante al año. Con esa brújula se regirá el alza de salarios. A mayor salario, mayores costos, es regla que nadie ha logrado modificar.

El tendero es el que mejor la aplica. El usurero nos ayuda a cumplirla. Desde otra esquina, el Parlamento se autodecretó un alza del 63 por ciento, que puede considerarse modesta después de la buscada al principio, del 117 por ciento. Duro sacrificio, cuando «la plata no alcanza para nada», como me lo demuestra mi ministra de hacienda cada vez que vuelve del mercado.

Para tratar de disminuir estos efectos nocivos, el Presidente ha renunciado al aumento de su propio sueldo. «Nobleza obliga», dijo el Alcalde de Armenia y siguió su ejemplo. De lo contrario, que yo sepa, nadie más ha hablado. No han faltado quienes critican al Alcalde por desvalorizar el puesto, y como son suspicaces, agregan que en adelante no habrá candidatos para esa posición, que tan mal paga.

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Se trata, claro está, de una hipótesis tan ligera como suponer que Álvaro, o Luis Carlos, o Alberto, o Mario, o tantos otros, no desearán ser presidentes de la República por el sueldo tan bajo. Al nombrar a los políticos por su nombre de pila no lo hago por irrespeto ni por exceso de confianza, sino porque al pueblo le gusta tratar a sus líderes con familiaridad. (Parece que en España Felipe ganó las elecciones presidenciales por eso: por haber sido simplemente Felipe).

Pero como el propósito de esta nota es destacar la noti­cia de Chía, vale la pena detenernos en la exposición de motivos con que nuestros amigos del zapato justificaron su determinación: «No es justo que los parlamentarios se suban las dietas y nosotros, que los mandamos bien lustrados a sus fatigantes ocupaciones, ganemos sólo míseros veinte pesitos».

El Espectador, Bogotá, 18-XI-1982.

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