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Ritmo de baile

lunes, 17 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El país sabía de un habilidoso político que se llama Julio César Turbay Avala, pero antes de su pre­sidencia no conocía sus destrezas de bailarín. Era una cualidad que solo ejecutaba en privado y le hacía ganar popularidad en los círculos femeninos.

Las damas, desde hace mucho tiempo, se dispu­tan el privilegio de danzar con el doctor Turbay, «un magnífico pare­jo», según acertada definición. Y es que esto de llevar el ritmo, y sobre todo saber moverse con naturalidad y garbo, sin paso trotón ni desgar­bada anatomía, es virtud que no a todos nos ha dado la naturaleza.

Entre las habilidades del buen danzarín está la de no pisar callos ni atropellar a los vecinos. A la pareja hay que manejarla con delicadeza y desenvoltura, permitirle respirar y hacerla enternecer. Hay que mante­nerla a raya: ni muy lejos, y tampoco demasiado unida. Lo primero, porque la soltura en el baile es apenas el pretexto para disimular un mal paso, y de parte de la dama, para defen­derse de indebidas presiones o peli­grosas confianzas; y lo segundo, porque la mucha cercanía puede ser embarazosa.

En estos trucos el doctor Turbay Ayala es maestro. Él sabe que no hay que arrimarse de­masiado, pero tampoco distanciarse mucho. Los hilos del baile hay que moverlos con sutileza y cierta seducción para asegurar la pareja feliz. Eso mismo ocurre con la polí­tica. En ambos campos es diestro el doctor Turbay, y de ahí el atractivo que ejerce en damas y caciques.

A los colombianos nos consta que en sus cuatro años de gobierno bailó al ritmo que le to­caran. Cuando anunciaba viaje a cualquier sitio, de inmediato se pensaba en el baile. Se alborotaba el galli­nero, como sería la expresión cabal. Desde un mes antes las amas comenzaban a preparar el mejor vestido y a entrenar el mejor compás.

De inmediato se encarecían las telas y se agotaban las zapatillas. Las damas salían en persecución implacable de los atuendos y las fantasías que era preciso lucir para tener suerte con el parejo grande de Colombia. Los salones de belleza no daban abasto, y como la mujer no acepta sino el peinado de última hora, la rebatiña se volvía terrible. Ustedes saben lo que son cientos de mujeres peleándose por el corte de pelo y el arreglo de uñas, todas queriendo ser las primeras y las más originales.

Algunos vestidos, como sucedió en Armenia, tenían que ser adquiridos en Cali y Bogotá, en las mejores casas de modas, sobra decirlo. No se trataba sólo de estar bien presentadas, sino de lucir el último grito de la moda. Todo porque había que bailar con el doctor Turbay, el mejor parejo del país.

Muchas se endeuda­ron más de la cuenta (y todavía hay maridos rescatando facturas), pero estaban felices por estrenar de todo, como si se tratara de la noche de bodas. En esto de gastar ellas en vestuarios, joyas y perfumes, toda ocasión es propicia, y no faltaba que no lo fuera así, tratándose de un baile presidencial.

El señor Presidente rompió el baile con la esposa del señor Gobernador, la más lujosamente ataviada por moti­vos obvios. Después vendrían las es­posas de otros altos funcionarios, pero éstas no fueron invitadas a tablas. Tampoco hubo opción para nadie más de la esperanzada sociedad quindiana, lo que no significa que el señor Presi­dente, un incansable danzarín, no bailara toda la noche.

Bailó y bailó hasta convencernos de que es un acompañante inigualable. Esto  puede certificarlo la dama pri­vilegiada de aquella noche. Hubo, desde luego, críticas y disgustos entre la gruesa concurrencia de mu­jeres ilusionadas, que en vano lucían elegantes trajes y aderezos.

En Cúcuta pasó lo mismo. También en Ibagué, Cartagena, Tunja, Pasto y en todo sitio visitado por el señor Presidente. El baile no alcan­zaba para todas, y por lógica muchas regresaban frustradas a casa y ahí sí se acordaban de que también tenían marido.

Al doctor Turbay le gusta bailar. Es alegre, extrovertido, infatigable con su pareja. Durante su presidencia Colombia se convirtió en un gran baile, y fue tanto el ritmo de fiesta, que quedamos mareados. Es un acompañante ideal, y esto sólo lo sabía antes doña Nydia. Ahora ya no es secreto.

A sus críticos del baile de Cúcuta el doctor Turbay les increpa: «Lo que pasa es que son unos envidiosos porque yo sí sé bailar». Y tiene razón. El buen bai­lador suscita éxtasis en las mujeres y rivalidad en los hombres, que no pueden hacer lo mismo y pierden oportunidades.

Una de las damas furiosas de Armenia manifiesta que no todo ha de ser baile. Y agrega que el país se le salió de las manos al doctor Turbay por rumbear demasiado. Ella perdió sus ahorros en una corpo­ración que no vigilaba el superinten­dente bancario, otro gran bai­larín. En este repaso de personajes, la dama se acuerda también de don Félix Correa, una atracción de los salones sociales, y estafador redomado.

Con todo, el doctor Turbay dice que «al país le gustaría bailar otros cuatro años conmigo». No sabemos qué responderán las damas de Ar­menia, y las de  Cúcuta, y las de Ibagué, y las de Pasto… Habrá que preguntárselo a Colombia, la pareja mayor del jolgorio, y ésta ha quedado agotada.

El Espectador, Bogotá, 18-X-1982 y 15-VIII-2020.
Eje 21, Manizales, 14-VIII-2020.
La Crónica del Quindío, 16-VIII-2020.

 

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