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Una plaga destructora

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Habrá alguna entidad o algún funcionario que pueda contarle al país cuántos cheques chimbos giran a diario los colombianos? Si al­guien nos suministrara el dato, el sistema bancario tendría que sonro­jarse. La banca, que fue insignia respetable del país, lucha hoy por recuperar su prestigio después del menoscabo sufrido por culpa de establecimientos suyos, y sobre todo de personas, que desvia­ron aquella tradición.

Cuando ciertos peces gordos queden a buen recaudo, ojalá los líderes de la banca repasen el capítulo vergonzoso del cheque sin fondos y le den al país la buena nueva de una vigorosa campaña que esta­mos en mora de librar, y que sea en verdad ejemplarizante, por la depuración de los hábitos comerciales.

El cheque está hoy de capa caída. Es un instrumento humillado, famé­lico, haraposo. Todavía circula por calles y comercios, porque Colombia es un país aguantador. Pero la gente lo desprecia y se ríe de las doradas chequeras, ador­nadas con águilas, cuernos de la abundancia y fulgurantes logotipos, y desguarnecidas en lo profundo de sus entrañas, o sea, donde debe encon­trarse el líquido que no fluye.

Hay oficinas que les entregan a las damas chequeras perfumadas, como insinuando recónditos placeres sólo imaginables en las mil y una noches, pero se olvidan de recomendarles que sean ellas, las primorosas giradoras de estos embrujados papelitos, quienes deben ponerles el complemento indispensable de los fondos.

«La banca se pudrió», me comen­taba un indignado hombre de negocios mostrándome su colección particular de cheques fal­sos. Con el cheque se estafa hoy a medio país, y no sé si el porcentaje es tímido. La mayor tolerancia reside en las propias casas bancarias, que en los últimos tiempos se han mul­tiplicado en forma vertiginosa y así mismo han ido trabando los hilos de la sanidad ambiental.

Si el cheque está agonizante, dé­mosle el último aliento, el que se necesita para regresarlo a la vida. Este documento, admitámoslo con fran­queza, es una vergüenza nacional a la que nos hemos acostumbrado entre lentos deterioros y calladas perple­jidades. El público dejó de protestar porque no tenía ante quién. Prefirió, por ejemplo, cruzar sus estable­cimientos con la dolorosa adverten­cia de que «no se reciben cheques», aviso tan común como encon­trar por todas partes la cara lánguida de los miles de estafados por don Félix Correa y su escuela de avivatos.

Estos personajes siniestros que fueron surgiendo alocadamente en los últimos años y que impusieron un estilo, una norma de corrupción para el fácil enriquecimiento, autores de descaradas maniobras contra la buena fe de los colombianos, son los que no dejan progresar las insti­tuciones y desde luego las destruyen. El público se rebeló, ya tarde, contra la sumisión, pero hechos jirones sus ahorros y sus doradas chequeras.

En esta cadena de atentados, que no quiso castigar un superintendente bancario generoso, hay que colocar hoy el capítulo del cheque chimbo, uno de los engranajes más flojos y más perniciosos de la vida comercial. Debiera ser, al revés, un medio confiable de la circulación del dinero, que se convirtiera en vaso comunicante y dejara de ser la vena rota que es en la práctica.

Hoy mostrar un cheque es exponerse a la duda y muchas veces a la afrenta. Detrás de todo cheque hay una sombra, una interrogación, y no importa que el portador sea hono­rable caballero, porque seguirá en sospecha el garabato de la firma y los fondos del banco. Don Félix Correa y sus camaradas crearon fantasmas en la mente de los colombianos, y ya el público ve por todas partes corpo­raciones y bancos intervenidos.

Pero el agua sucia pasará. Está pasando. Era necesario que el mal tocara fondo. Vendrá ahora el resur­gimiento de la banca sana. El sis­tema bancario no se ha ido a pique, sino que ha sido probado para que tome conciencia del riesgo de los piratas.

Vamos ahora a desinfectar las chequeras. En vez de figurines y señuelos tentadores, de gotas per­fumadas y misteriosos hilos magné­ticos, les pondremos fondos su­ficientes. El país entero va a acos­tumbrarse a girar sin trampas, o sea, con dinero y con dignidad. Si la moral pública está viciada y la banca está herida, ¿no habrá llegado el momento de rebelarnos contra el absurdo?

Esta nota no es contra la banca, sino a favor de la banca seria, y pretende al mismo tiempo llamar la atención de los altos mandos —yo soy apenas un modesto peón de brega— para que declaremos guerra a muerte a los “chimberos”. Hay que fulminarlos, porque están acabando con Colombia. Son como ratas aga­zapadas en todos los entables, que carcomen y aniquilan.

En el Quindío, desde donde escribo para el país esta columna sobre hechos cotidianos, al cheque chimbo se le llama «grosero». Es un bautizo perfecto, en tierra que gusta de la vida pulcra. Cuando aquí alguien incumple un negocio, se le dice: «No sea grosero». Aprendamos a girar sin grose­ría, es decir, sea con billetes de los buenos.

El Espectador, Bogotá, 6-X-1982.

 

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