¡Que tiemblen los inmorales!
Por: Gustavo Páez Escobar
El cambio de régimen en Colombia pone a temblar a los porteros. Es la vieja tradición de las costumbres políticas en virtud de la cual el engranaje anterior debe ser removido para que se sienta el nuevo gobierno. Como somos un país clientelista, o sea, que cada político debe parcelar con puestos parte de la administración, hay que tumbar a los anteriores para colocar a los nuevos. En este curioso sistema no cuentan la eficiencia ni la moral, conceptos borrados de la vida pública. Vale más el que posea mayor capacidad de adulación y servilismo.
Los políticos han sabido manejar su bolsa de empleos. Buena parte de la campaña la adelantan ofreciendo puestos. Sus lugartenientes saben que el nombre del líder, bien traducido, significa sueldo. Si el candidato triunfa, habrá comida y negocios. Si pierde, habrá que saberse voltear a tiempo, o resignarse al «pavimento», temible término de la jerga política que significa hambre.
Nadie, obvio, quiere pasar hambres. Por eso hay que gritar duro el día de las elecciones y hacer cuanta trampa sea posible para que gane Don Cacique. Detrás de esos gritos caminan infinidad de afiliados a la misma causa, que es la causa del estómago, en busca de matrícula en el nuevo régimen.
Caído el gobierno anterior, habrá colocación para todos. Eso es lo que se predica. Como somos un país de caníbales, nos devoramos unos a otros en persecución de un escritorio, de un rinconcito, de una portería. Sin tiquete en la burocracia no hay patriotismo.
Pero esta vez algo va a cambiar. Los porteros han dejado de temblar. Se sienten seguros, aunque el voto fuera por el gallo colorado. La culpa no fue de ellos sino del estilo reinante. Aquí se piensa más con el estómago y con las pasiones que con la cabeza. Ser burócrata en Colombia significa ser ignorante. El empleado público es un pequeño bárbaro, o mejor, un gran bárbaro, para quien no rigen las cartillas de la decencia, del rendimiento, del deseo de servir, sino los dictados de la incultura, del despotismo, del atropello, de la inmoralidad, del ansia de terminar con todo y con todos…
El doctor Belisario Betancur, que ha vivido mucho para saber lo que significa el hambre del portero, promete que no habrá barrida. La barrida, ya se sabe, es acabar hasta con los porteros. Respetará la continuación en los cargos, sin fijarse en colores políticos, desde que haya intención de cambiar. De modificar los hábitos torvos y las sucias maneras por el recto proceder y la eficiencia. Hay que cambiar los rostros y las conciencias.
No habrá relevos masivos en la nómina. Se promete un proceso de sanidad. Quizás estemos en el inicio de la carrera administrativa. Los colombianos votamos por que desaparezcan los vicios de la politiquería, por que se frenen los peculados y el despilfarro, por que se implante la moral.
El doctor Betancur, que recibió un amplio voto de confianza, también recibirá un veto si el país no cambia. Los porteros ya no tiemblan. ¡Que tiemblen los inmorales! Es la verdadera barrida que pide Colombia.
La corrupción, que es el mayor desastre de la vida nacional, debe extirparse, o se exterminará el país. Se espera del nuevo gobierno que en lugar de poner a sufrir a los humildes empleados ponga a temblar a los peces gordos. Y que acabe con ellos donde quiera que estén. De lo contrario, nada habrá cambiado en Colombia.
El Espectador, Bogotá, 22-VI-1982.