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Manifestaciones privadas

lunes, 17 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Este tiempo cuaresmal resultó propicio para hablar con la conciencia. Son días de reflexión que se convierten en excelente ocasión para pensar en el futuro de la patria. Mientras los prelados de la Iglesia invitaban a medir los riesgos de una incierta democracia y a buscar soluciones adecuadas para nuestros males, la fami­lia colombiana debatía en privado la suerte del país.

El tema obligado fue el de las candidaturas presidenciales, tema tan espinoso como dubitativo. Entre vinillos, pescados y tal cual potaje criollo sazonamos a los tres campeones de la democracia, es decir, devoramos muslos, pechugas, rabadillas… presidenciales. Hubo algunas indigestiones, porque no toda presa logró ser bien digerida, y en ciertos casos los vinos y las aguas aromáticas consiguieron balancear los platos fuertes.

*

Alguien recordó que el pollo era el símbolo de uno de los candidatos, y ahí fue Troya. El festín, al que asistíamos treinta personas, se trenzó de pronto en acalorado debate con solo mencionar al pollo, la víctima ino­cente que ahora degustábamos entre salsas y legumbres.

La asamblea se dividió en tres bandos, o sea que la vida nacional se volcó, en forma inesperada, sobre aquella mesa de amigos. Esperanza, entusiasta y  vehemente, proclamó rápido sus preferencias. Ella se iba por la renovación, por la frescura de las ideas, por la moralidad pública, y no tuvo necesidad de anunciar el nombre de su candidato, cuando sonó un aplauso cerrado.

*

Los asistentes siguieron manifes­tando sus rótulos y sus intenciones. También sus temores. Hubo mayorías y minorías, como en toda democracia. Ningún candidato permaneció sin respaldo, y la suerte del país quedó definida en aquel almuerzo santo. Fernando, conservado en viejas tra­diciones familiares y muy calculador en política, permitía que su mujer fuera del otro equipo si de todas maneras él creía asegurado el triunfo.

–Conforme se desgaste el candi­dato minoritario de esta mesa y avance la juventud —explicaba—, obtendremos la madurez que busca Colombia.

Darío recordó lo que se escucha en cafés y ventorrillos: que el impulso lo llevan las ideas jóvenes, la estrategia, los programas más fogueados, y la sorpresa la dan las urnas.

–¡La maquinaria! —fue más enfá­tico Daniel, godísimo y como tal antílope, aunque dispuesto a ser ga­lante con su esposa.

Todos los matrimonios de aquel deliberante encuentro estaban divor­ciados, en ideas, es bueno aclararlo. Y todos combatían la corrupción, la compra de votos, la inmoralidad de los funcionarios, y propugnaban una Colombia más civilizada, más traba­jadora, más proteccionista.

Ya a esta altura comenzaban a hacer efecto los vinos. En todos los platos se veían partes del pollo sin digerir. Hubo acuerdos curiosos pero entendibles, como el de «yo paso mi voto a tu candidato si así se impide la repetición de sistemas peligrosos».

—¿Entonces me dejan solo? —preguntó Orlando.

—Te acompaño, mijo. También los hijos, lo mismo que Diego y Alba, tus empleados de la Contraloría. ¡Hay que votar por la legitimidad!

—¿Por cuál legtimidad? —tronó Esperanza—. ¡Piensen con la cabeza, no con el estómago! Y no olviden que mi nombre recuerda la Segunda Esperanza que nos legó el zorrísimo de Klim.

*

Este grupo de amigos rezó, se arre­pintió, elaboró votos por la suerte de Colombia. Sus manifestaciones pri­vadas son sanas y representan la opinión libre de un país enre­dado en las lides de la plaza pública. Como los ánimos se estaban exaltando y todos se creían ganadores (los unos por influencias, los otros por lucha­dores y los demás por sus ideas avanzadas, como Esperanza), se propuso una votación secreta, sin necesidad de la Registraduría, en forma veloz y auténtica.

La urna improvisada arrojó estos datos: por el candidato A, 12 votos; por el candidato B, 11 votos; por el candidato C, 7­ votos. Hubo aplausos y caras largas. Uno de los oradores invitó a que se examinara si estos porcentajes de votación (40%, 37% y 23%) no serían los mismos del país dentro de mes y medio.

No se me permitió que divulgara la posición de nuestros candidatos en estas elecciones privadas, pero se me ha facul­tado para que adelante a ustedes la noticia de que triunfó la democracia y se le dio un duro golpe a la inmoralidad. En este momento vi que uno de los tertulios de esta deliberante Semana Santa cerraba los ojos dominado por los humos del vinillo que había consumido en demasía. El país estaba salvado.

El Espectador, Bogotá, 21-IV-1982.

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