Si usted fuera Presidente…
Humor a la quindiana
Por: Gustavo Páez Escobar
¿Ha pensado usted alguna vez que puede ser el Presidente de la República? Como usted es un ciudadano del común, sin aptitudes presidenciales ni ambiciones políticas, me contesta que no, que es utópico suponer semejante despropósito. Sin embargo, es posible. Le pongo varios ejemplos de otros que gobernaron a Colombia como si se tratara de una finca, y usted se consuela. Se imagina estrenando banda presidencial y se echa para atrás creyéndose en el solio de Bolívar. Pero espere un momento, señor candidato, que primero debe explicar su programa de gobierno, sin el cual es imposible conseguir votos. Lo entrevistaré, por lo tanto. Yo soy el pueblo.
—¡Encantado! —susurra usted y se frota las manos con legítima emoción patriótica.
—Díganos, doctor Cucaita: ¿Cuál es su primer paso al llegar al Gobierno?
—Cambiar a todo el mundo. A ministros, gobernadores, alcaldes, porteros… Y nombrar a los míos, a los de mi absoluta confianza. Sin rosca es imposible gobernar.
—¡Magnífico! —respondo, y me siento encasillado en la nueva administración.
—Vendrá luego el desmonte progresivo de todos los programas del anterior gobierno, muy malos, como usted lo sabe. Con mi formidable equipo de colaboradores rectificaré las tremendas equivocaciones de mi antecesor y poco a poco haré la transformación del país.
—Pero antes explíqueles a los colombianos cuáles son sus planes concretos, y no se olvide de que todavía no es Presidente.
—¡Pero lo seré! —afirma usted con entusiasmo—. Y ya me imagino viajando a inaugurar la carretera a la selva del Caquetá, la que le prometo al pueblo como una fórmula ideal para acabar con los insubordinados…
*
El candidato toma en serio su papel. Al día siguiente inicia por pueblos, por veredas, por ríos, su cruzada nacional. Monta en bus, en helicóptero, en avión —en burro, si es necesario—, y logra llegar a todos los sitios. Muestra una resistencia a toda prueba. Abandona el cigarrillo y el licor para rendir más.
En Valledupar preside la más grande manifestación que haya conocido la ciudad. Allí lo aplaude la Cacica y ésta apuesta otra vez su máquina de escribir a que el doctor Cucaita será el segundo Bolívar. En una mañana visitará seis municipios del Quindío y por la tarde estará en Tunja, para pernoctar en Cali, donde ofrecerá bajar los intereses, acabar con la usura y aumentar la producción agrícola.
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Su opositor ha dicho: «Los mejores bachilleres tendrán universidad gratuita. Habrá educación para todos, y no como ahora, cuando se quedan cien mil bachilleres sin poder ingresar a la universidad…”
El doctor Cucaita, que se entera de todo y se deja asesorar sobre las estrategias para llegar al pueblo, perora más tarde en la plaza de Pereira: «El empuje de la provincia será una realidad, no un simple enunciado politiquero. Bogotá no puede pensar para todo el país. Por lo tanto, a esta hermosa ciudad le trasladaré un instituto descentralizado, otro a Palmira, otro a Neiva… Será un traslado efectivo, y no como el que ocurrió en otro gobierno, sin la necesaria planeación…»
Ese mismo día comienzan los forcejeos entre Armenia, Pereira y Manizales para conquistar la oficina principal del Banco Cafetero. Ninguna de ellas tiene la suficiente capacidad de vivienda, pero todas inician la construcción de nuevos barrios.
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—¿Qué más, señor candidato?
—Las clases pobres tendrán vivienda sin cuota inicial…
—Eso ya lo dijo el otro candidato.
—Entonces, presentaré un plan realmente revolucionario: carros populares a $150 mil. En mi gobierno habrá empleo, educación, vivienda, salud… Bajaré los impuestos a los pobres y los subiré a los ricos…Terminaré con las mafias, con los monopolios, con los acaparadores…
—¿No peligraría su gobierno con esta clase de medidas, doctor Cucaita?
—Por ahora consigo votos. Después veremos qué se hace. Combatiré la corrupción, la piratería de los bienes del Estado… Acabaré con el M-19… Levantaré el estado de sitio…El Procurador y el Contralor serán del partido contrario… Habrá pena de muerte para los crímenes execrables… Legalizaré la marihuana… Implantaré el divorcio… Antes de concluir mi mandato recorreré en carro la carretera asfaltada de Tunja a Cúcuta…
*
—¡Despierte, despierte, doctor Cucaita! —tuve que frenarlo.
–¿En qué punto íbamos? —preguntó emocionado el candidato.
Candidato imaginario, naturalmente. Cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia. Usted y yo podríamos también ser por unos instantes presidentes de la República. Es posible que entonces todo lo transformáramos y que no fueran suficientes los cuatro años de gobierno para hacer caber tantas ideas luminosas.
De todas partes han surgido en estos días doctores Cucaitas. Sólo uno de los entrevistados, al que la emisora repitió la pregunta de qué haría si fuera elegido Presidente, repuso sin titubeos: «Renunciar de inmediato».
El Espectador, Bogotá, 24-III-1982.