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La verdad en cápsulas

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

«No recomiendo estas páginas al transeúnte de los libros, que lee por simple pasatiempo», dice Bernardo Londoño Villegas en un preámbulo de su obra Al encuentro de Dios y del hombre, publicada en 1968 por la Editorial Canal Ramírez. Esta re­comendación es válida sobre todo pa­ra los lectores que no se dedican a pensar. Y el libro conduce, exacta­mente, a hacer pensar.

Dice además: «En este libro no se exponen verdades a medias: en él campea la verdad desnuda, con la pura e inocente desnudez de la cria­tura sin pañales, tal como sale de las manos de Dios». Es preciso, por tan­to, preparar la mente para recorrer este libro que se ocupa, en apretadas síntesis, de examinar los diferentes caminos de la vida, paso a paso, des­de el nacimiento hasta la muerte. El hombre tiene necesidad de encon­trarse consigo mismo, y haciéndolo, se encuentra con Dios.

Llega la obra a mis manos 14 años después de haber sido publicada.

Tras reflexiva lectura, he venido sope­sando las verdades que el autor se ha propuesto esparcir en 32 temas de vital importancia. Y tratándose de sín­tesis, es imprescindible degustarlas despacio, con mente analítica, para que transmitan su mensaje y no ter­minen indigestando. Londoño Ville­gas, que maneja un vocabulario lim­pio, sonoro, castizo, sabe simplificar las ideas para ofrecer pensamientos de pulida diafanidad.

Decía Voltaire que «todos los hom­bres están de acuerdo con la verdad si ésta es demostrable, pero tratándo­se de verdades oscuras, se hallan muy divididos». La verdad, por eso, penetra fácilmente cuando hay dominio de las técnicas de la expresión para hacerla accesible a la inteligencia común; y provoca polémicas cuando no sólo se emplea lenguaje precario, sino que no hay firmeza conceptual. Los temas que analiza esta obra son como las amarras del hombre en su azarosa existencia.

Cumple el autor su cometido, cual es el de defender sus puntos de vista y preocupar la mente del lector en el raciocinio de sus circunstancias vitales y espiritua­les. Podría decirse que no hay faceta que haga relación con la esencia del individuo, que no esté aquí tratada.

Desde el escrutinio del hombre inte­rior, pasando por sus relaciones con los demás y concluyendo en el miste­rio del tiempo y de la eternidad; desde el ejercicio de las virtudes básicas (la justicia, la libertad, la caridad, el diá­logo, la cultura), hasta el encuen­tro con la democracia y la solidaridad de las naciones; desde los vicios de la política, hasta la civilización de las costumbres; desde el cultivo del ser pensante, hasta la comunión de éste con el universo y con Dios, son todos capítulos elaborados con vigor, con convicción y sentido didáctico, que llevan a la compenetración del alma.

Buena utilidad cumple este mensa­je que, lejos de evaporarse en el tiem­po, parece que se vitalizara para se­guir cumpliendo su cometido de obra difusora de la verdad. La verdad, por más debatida y combatida que pueda ser, es perenne.

La Patria, Manizales, 13-IV-1982.

 

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