La Patria ajena
Por: Gustavo Páez Escobar
Porque la Patria, Pacho, es primero que todo nuestra. De todos. Y Colombia es ajena». Tulio Bayer.
Leo ahora, y mejor releo, en un remanso de vacaciones, el excelente y combativo libro Carta abierta a un analfabeto político, del médico Tulio Bayer, hoy refugiado en París, desde hace muchos años, como consecuencia de su protesta guerrillera contra el «establecimiento» colombiano. Cuando las noticias diarias de la prensa dan cuenta de la masacre entre colombianos que deja al país salpicado de sangre, cabe meditar, como lo hago con pesar al borde de uno de los límites territoriales, en presencia del mar que por fortuna sigue siendo nuestro, si la Patria –con esa mayúscula sentida que Bayer repite muchas veces en su escrito– es realmente de todos.
El primero en sentirla y añorarla, por tenerla lejos y desfigurada –en el afecto y en el acto físico y moral de su lenta destrucción–, es el mismo Bayer, el patriota que ha podido equivocarse de métodos y de estrategias, pero no de sentimiento nacionalista. Mucho se ha fustigado a este médico audaz que, cercado y angustiado, reclamó, por medios considerados subversivos, mejores oportunidades para todos, comenzando por él mismo. Se lanzó a la rebelión al cerrársele todas las puertas, y acaso no se considere atrevido afirmar que es uno de los colombianos más valientes, por lo mismo que ha sido de los más combatidos y más sufridos.
Acaudillar causas sociales –y no podrá negarse que Bayer es un hombre que siente las necesidades del pueblo– no es posición cómoda. Muchos, como José Antonio Galán, el sacerdote Camilo Torres y Jorge Eliécer Gaitán, que también recibieron el calificativo de subversivos, pagaron con su vida el amor a sus ideas, el amor a la Patria. Nariño, y Sucre, y Bolívar, y Cristo fueron derrotados por defender a los humildes. La Carta de Jamaica, uno de los más importantes documentos políticos de nuestra historia, no es sino un clamor de justicia. En su tiempo provocó furiosas reacciones.
Ahora que la geografía de la Patria se tiñe de sangre a mañana, tarde y noche, en una de las guerras más violentas que haya conocido el país; ahora que la violencia urbana y la violencia rural están acabando con la tranquilidad de los hogares y la riqueza nacional; ahora que se enardecen las pasiones en el fragor de la plaza pública; ahora que el país se divide entre secuestrables y ¡Muerte a los secuestradores…! es cuando resuena la gran verdad de la Patria ajena. Nos matamos entre colombianos, nos zaherimos, desquiciamos la nacionalidad… ¡y aún queremos ser colombianos! Nos distanciamos por colores políticos y nos odiamos, olvidando que, al decir de Gaitán, «el paludismo no es liberal ni conservador, ni el hambre es liberal ni conservadora”.
Bayer pide comprobar «que hay un conglomerado humano hambreado, ignorante, engañado, que constituye la población del país». ¡Qué bien citar estas palabras al oído del candidato, de todos los candidatos que se disputan el favor las urnas!
Una artista colombiana, Feliza Bursztyn, acaba de morir asilada en País por nostalgia de Patria. Tulio Bayer, ausente de Colombia hace dieciocho años, tiene también dolor de Patria. García Márquez abandona apresuradamente nuestro territorio, «su territorio», por no sentirse en su casa. La Patria, entonces, no es de todos. Es un derecho y también una negación. La consigna de Bolívar de unir a los colombianos, de hacerlos más hermanos, está perdida en nuestros días. En lugar de dispersar, de desterrar a los habitantes de esta sufrida Colombia, hay que unirlos, hay que atraerlos. La mejor manera de hacer patriotas es no formar apátridas.
Tulio Bayer, por decir y sostener su verdad –y esto es Carta abierta–, tuvo que irse de Colombia. Vive convencido de su verdad y no cede ante nada ni nadie. Ha estado a favor del pobre, del necesitado, del oprimido. Se ha dado lujos poco comunes. El principal de ellos es el de mantenerse fiel a sus principios. Ha sufrido reveses, cárceles, afrentas, pero nunca se ha doblegado. Le gusta ser así. Colombia no conoce a Tullo Bayer. Sabe, cuando más, de un «locato» que hacía guerrillas.
Antes de combatirlo, de expulsarlo de la sociedad, hay que leerlo. También es colombiano. Y es un colombiano sufrido, nostálgico de su suelo. Quizás nunca regrese a él. La Patria le es ajena, y no debería serlo. «Y para mí –dice– y creo que también para ti, Pacho, montañeros como somos en el origen, los campesinos también son la Patria…»
El Espectador, Bogotá, 21-I-1982.
Clarín, Montenegro, enero de 1982.