Palizas en la literatura
Por: Gustavo Páez Escobar
Produce enojada hilaridad el espectáculo de dos escritores, atrincherado cada cual en su columna periodística, que en las últimas semanas han descendido a la ofensa personal con poca consideración para con el público lector. Cuando hay pasión, como acontece con este par de literatos, se pierde el interés por lo que se escribe. Cada uno de ellos, con denuestos inconcebibles, quiere, en síntesis, proclamarse mejor escritor que el otro.
Mientras el uno, con arrogante actitud, descalifica a los letrados del Quindío y se autoelogia como una de las figuras cimeras del país (¿quién se lo estaba preguntando?), el otro, que nunca se ha resignado a los términos medios y que también se supone en igual nicho, se viene lanza en ristre contra quien pretende desconocerle su sitial en las letras.
Es una lucha estéril y pueril que nadie entiende. ¿Le hará esto bien a la literatura o por lo menos conseguirá dilucidar la posición encontrada de los dos energúmenos? ¿Que el uno es mejor literato que el otro? ¿Y esto a quién le interesa? Es bien sabido que los celos en la literatura corroen y destruyen. Y bien claro está que, tratándose de un pugilato personal, el par de rivales se deja obcecar por la envidia. Cada uno recela de la eventual prebenda de su vecino, porque además son colindantes en un espacio periodístico.
A falta de mayor entretención se han dedicado a destruirse mutuamente. Y pretenden que esto tiene interés para los sufridos lectores. Son semanas enteras propinándose garrote, como si la literatura no tuviera nobles propósitos. A verdaderos trancazos defienden sus posiciones, sin ceder un milímetro y sobre todo creyéndose, cada cual, el dueño de la verdad.
La literatura no se merece estos arrebatos. Los conflictos personales deben ventilarse por fuera de las columnas que los directores de los periódicos ceden para tratar asuntos de interés común. El público pide respeto. Que el uno sea mejor escritor que el otro y acaso el non plus ultra de la literatura regional no lo determinará, por cierto, un punto de vista egoísta, sino el gusto del público. Jugar al narcisismo no le hace bien al hombre. Las preferencias de la gente son ajenas a la soberbia del individuo.
En este enfrentamiento salta a la vista el sentido parroquial con que se busca destrabar una reyerta entre dos hombres de letras, cada uno olímpico en su propia consideración. Tiran palos de ciego y aspiran a quedar intactos. Para que cada uno permanezca contento, lo mejor sería que continúe sintiéndose lo mejor de la literatura, sin dar explicaciones. Si las da, se presta a que no se le crea, ya que no hay nada tan antipático y negativo como hablar en loa propia.
La literatura, lo sostendré hasta el cansancio, es un semillero de envidias y rivalidades. Y la envidia es el mayor pecado de la humanidad.
El Quindiano, Armenia, 23-V-1981.