Ministerio de Cultura
Por: Gustavo Páez Escobar
En su gira por el Quindío expuso el doctor Virgilio Barco la idea de crear el Ministerio de Cultura como fórmula para impulsar el desarrollo intelectual y artístico del país y preservar las expresiones autóctonas del pueblo. Una rama del Estado que tenga el necesario dinamismo y recursos económicos más generosos para acometer tan magna empresa, vendrá a ser la gran orientadora del inmenso patrimonio espiritual que anda disperso y a veces huérfano de protección.
No se descartan los logros del Instituto Colombiano de Cultura. Las bases están puestas para pensar más en grande. Esta entidad ejecuta, con grandes dificultades, excelentes programas y se ha puesto a la vanguardia de este empeño incentivador. Sus realizaciones de los últimos años son elocuentes. Ha sido la abanderada del libro colombiano, libro económico y bien presentado, a la par que bien escogido para que llegue a todos los públicos. Ha rescatado obras inéditas y olvidadas y estimulado las nuevas creaciones. Ha despertado interés por los museos y las casas de cultura, al igual que por la música y el teatro. Pero no alcanza a llenar todos los frentes, y a la provincia llega con menos vigor.
Tan amplia gama de servicios, no siempre justipreciados, representa uno de los avances significativos de los últimos gobiernos, que han emulado en estos nobles propósitos. Hoy se impone una acción más audaz. El Ministerio de Cultura tendría mayor campo de acción. Y no se trataría del simple cambio de nombre, sino de buscar engranajes más adecuados. De entidad subalterna que es Colcultura, limitada por presupuestos estrechos y sin el suficiente influjo en las grandes decisiones nacionales, pasaría a ser la rectora de una actividad que no tiene aún toda la dinámica que se requiere.
Todo cuanto tienda a elevar el nivel intelectual del pueblo y que efectivamente lo consiga, será un paso más en la civilización. El hombre no logra su pleno desarrollo mientras culturalmente permanezca atrasado.
El actual Ministerio de Educación, que es el encargado de vigilar y fomentar los planes pedagógicos y de alfabetización, apenas consigue flotar entre las crisis permanentes del profesorado y las protestas estudiantiles, fenómeno de los nuevos tiempos. La cultura se ve en muchos casos relegada a segundo plano y por eso reclama herramientas más efectivas para su orientación como una de las fuerzas más poderosas de la sociedad.
La idea del doctor Barco es útil para cualquier Gobierno y no debe mirarse sólo como una bandera electoral. Llevarle cultura al país es defender su libertad y asegurar la dignidad humana.
La República, Bogotá, 31-III-1981.