¡Cuidado con su peso, señora!
Humor a la quindiana
Por: Gustavo Páez Escobar
—Mirá, Margarita, lo pispa que se está poniendo la vecina con su tratamiento para adelgazar. Sigo los mismos ejercicios y no logro bajar ni una línea.
Margarita la repasa de arriba abajo y piensa: «Esta Amparito definitivamente es un tonel».
—Aunque así sea —le interpreta el pensamiento—, has de saber que Toño no me cambia por nadie, con todo y mis carnes. ¡Si vieras lo que gozamos en la intimidad…!
—En la intimidad, como en la comida de marrano, no se repara en gordos. Tu Toño te tolera, que es diferente. ¿Qué ha de hacer el pobre si no tiene mejor comida? Seamos sinceras, Amparito. Más nos querrían nuestros maridos si tuviéramos otra silueta, como la de la vecina, a quien ya le compraron su Honda…
—¿Y tú qué te crees? No seré una belleza, pero tampoco estoy desfigurada.
—Ponéte de pie, Marga, y te hago unas precisiones. ¿Qué significa esta llanta…? Las llantas, mija, son el primer indicio de gordura. ¿Y esta redondez que pretendes disimular con un brasier que no es de tu talla…? Echáte ahora a caminar y te digo más cosas…
—Caminarás tú, porque lo que es yo no me levanto de esta silla. ¿Insinúas estonces que necesito régimen? ¿Será por eso que el mugroso de Daniel ya no me cuchichea como antes? No seas cruel, Amparito! ¿Será que me he desmedido en los últimos días?
—¿En los últimos días…? —Amparito ríe con franqueza.
Desde aquella conversación, las dos amigas iniciaron un régimen severo a base de verduras, tostadas, carnes magras… Nada de harinas, ni de chocolates, ni de ajiacos, ni de tocinos… Además, pocos jugos y poca azúcar. Hacían bicicleta a mañana y jugaban tenis tres veces por semana.
* * *
Seis meses después:
–¿Cómo te sientes, Marga? —la telefonea Amparito desde su bicicleta estática, con la respiración entrecortada y hecha un mar de sudor.
–¡Ay, mija, esto es horrible! Tengo una debilidad espantosa y el estómago me cruje. ¿Podrás creerme que hoy me he sostenido con un café, una hilacha de carne y un huevo cocido?
–¡Por Dios, Marga! Tampoco es para que hagás disparates. ¿Y cuánto has rebajado?
–Los mismos dos kilos que ya sabes.
–Te sigo ganando en uno. Pero me sobran siete. Estoy a punto de suspender, porque al fin y al cabo Toño sigue diciéndome «gordita», con cariño, y esto me encanta.
Quince días después, las cuentas de los kilos habían variado. En este trayecto se presentaron tres cocteles, ¡negocios de los maridos!, para la casada con el gerente de los seguros, y dos comilonas de marrano y gallina para la esposa del finquero. ¡El desastre! Había que comenzar de nuevo.
* * *
Un año después:
—Me preocupa mi mujer. Se me está volviendo flaca e histérica. Ha perdido seis kilos y se empeña en seguir aguantando hambre. A los muchachos los atiende mal, porque no quiere bajarse de la bicicleta…
—La mía es otra calamidad, Toño. Se mantiene donde el médico…
—Y además, la mía vive llena de pastas para los nervios. Parece que el régimen le ha quitado calorías de las otras. Tú me entiendes, Daniel. Guárdame el secreto: la «gorda» ya no me apasiona…
—Tampoco Marga. Me guardás el secreto…
* * *
Página social: «Ayer falleció doña Amparo de Botero, como consecuencia de una súbita enfermedad que no pudo resistir…»
Rumor de costurero:
—¿Sabías que Toño, el viudo, quiere quitarle la mujer a Nicolás?
—¿La gorda…?
–¿Y también sabías que Daniel anda en coqueteos con la vecina del Honda? Así son los hombres… Pero hay que compadecerlo, si su propia mujer, antes tan atractiva, es ahora un escombro…
El Espectador, Bogotá, 20-III-1981.