“No me dejo toriar…”
Por: Gustavo Páez Escobar
El doctor Otto Morales Benítez ha acrecentado su imagen, sin necesidad de maquillajes políticos, después del cruce de cartas con doña María Elena de Crovo. El país entero, que pide un nuevo estilo en el manejo de los partidos, ha expresado un elocuente y vigoroso plebiscito en torno a los planteamientos de quien en lenguaje franco y crítico denuncia los vicios de la farsa política para luego declararse impedido de ser candidato presidencial, si el deterioro de la moral y la vigencia de hábitos dañinos no le dejarían desplegar la acción que desea.
Asume así una actitud de rechazo a las maniobras que debería soportar para comprometerse en la campaña que le urgen sus amigos, y prefiere, sin eludir sus compromisos con el país, marginarse antes que prestarse a oscuras maquinaciones. De inmediato y de manera caudalosa se han expresado voces muy respetables, tanto de autorizados líderes de la opinión pública como de ciudadanos corrientes, respaldando al viejo conductor en su propósito de purificar el ambiente.
No será precipitado afirmar que la candidatura de Morales Benítez, lejos de ausentarse del juego de las competencias, es un hecho más claro. Mientras él sostiene que no es candidato presidencial, ni quiere serlo con sumisiones, grandes corrientes de opinión buscan su nombre como la bandera precisa contra los mismos vicios que él impugna, vicios crónicos que deben extirparse para lograr una patria mejor. No hay duda de que Colombia quiere un cambio, y además lo necesita y lo reclama.
En su nueva misiva a doña María Elena de Crovo hace mención el doctor Morales Benítez a otras facetas conocidas de los partidos que frenan el impulso que requiere el país para adelantar reales programas de redención social. Lo primero, y también lo más difícil, sería desterrar el clientelismo, ese que se asegura con cargos burocráticos, auxilios y prebendas, si en realidad hay la intención de inyectarles sangre nueva a estos famélicos partidos colombianos que han dejado de ser alternativas ideológicas para convertirse en traficantes de votos y alimentadores de gamonales.
Sin pueblo no hay democracia y sin democracia se impondrá el caos. Clama el doctor Morales Benítez por la presencia del pueble, pero del pueblo auténtico, en las grandes decisiones nacionales, para que exista vigilancia efectiva sobre los bienes del Estado. Y se encuentra, cuando apenas trata de definir algunos programas, con un horizonte ensombrecido por toda clase de apetitos e intrigas que no permiten desarrollar las cruzadas que se propone.
La desorganización de los partidos genera y fomenta el clima de inmoralidad y decadencia que hoy se respira y al que muy pocos se oponen. El dinero corruptor, que compra votos y conciencias, invade los recintos de la administración pública y no se detiene, y de seguro será más audaz, en una campaña a la Presidencia de la República. Esa «empresa de halagos”, que él denomina, es una cortapisa para las conciencias rectas.
Su aclaración de que no está en retirada ni que lo asustan los problemas y las luchas, como lo notifica al país en su carta a la ex ministra, es una reafirmación de su fe democrática. Si él es en cualquier momento una reserva nacional, nada tan indicado como verlo en el futuro inmediato enarbolando la bandera que quieren entregarle sus amigos. Habrá que deducir de sus propias palabras, cuando dice que no se deja “toriar” (expresión muy característica del lenguaje antioqueño), que eso equivale a encontrarse listo para la lucha.
El Espectador, Bogotá, 17-II-1981.