Confidencias con Bolívar
Por: Gustavo Páez Escobar
Ayer, con motivo de los ciento cincuenta años del fallecimiento del Libertador, las autoridades le rindieron el justo homenaje que toda Colombia le tributó a lo largo y ancho del territorio nacional. Este Bolívar empequeñecido en su estatura y distanciado, por fortuna, del enorme Monumento al Esfuerzo que se levanta por los aires en un ángulo de la plaza, seguirá siendo el genio inalcanzable que inspira los nobles sentimientos del pueblo colombiano.
Mientras yo contemplaba esta mutilada Plaza de Bolívar a la que algunos, en medio de entusiasmos pasajeros, quisieron cambiarle de nombre, me asaltaba la duda de si realmente el Libertador había sido bien tratado en los últimos tiempos. Primero lo habían bajado de su pedestal, casi en secreto, y lo habían conducido al borde de una avenida, donde permaneció durante largos meses lejos del corazón de la ciudad.
La gente dejó de encontrarse con su héroe y quizás se acostumbró a su ausencia. Voces aisladas pedían que volviera a su sitio natural, pero existían imperativos del momento que fueron aplazando su vuelta, por meses y meses, hasta que de nuevo lo vimos aparecer triunfante, mas no como el prócer de la plaza, sino como espectador del progreso urbano.
Una obra gigante había sido erigida por el maestro Rodrigo Arenas Betancur y de inmediato a alguna emisora se le ocurrió que debía rebautizarse el recinto. Fue una campaña persistente y chocante, que hería el sentimiento patriótico y estaba condenada al fracaso. Existía un escondido agravio a la memoria de quien hace ciento cincuenta años selló con su muerte la grandeza de los colombianos.
El Monumento al Esfuerzo es obra impresionante, como todas las de Arenas Betancur, de gran simbolismo para la ciudad, pero nunca será superior a lo que representa el solitario personaje que algunos pretendieron olvidar cuando la plaza se remodelaba con otros conceptos arquitectónicos.
Bolívar, si hubiera presenciado tales afanes y ligerezas, habría tenido nuevos motivos para dolerse de la ingratitud. Había gente para quien era mejor situarlo en el extremo de la urbe progresista, para que no se convirtiera en estorbo público. Extraña prevalencia de los asuntos materiales, como si no fuera más importante la dimensión del héroe.
Pero ganó la sensatez. Bolívar no necesita de grandes pedestales para recostar su grandeza. Fue pequeño de cuerpo y grande de espíritu. Su alma se remonta por los aires de América y le recuerda al mundo que la libertad sigue reprimida. No pretendan ignorarlo. Acordémonos de él cuando sintamos las desigualdades y los atropellos de estos días azarosos.
El Libertador no tiene por qué envidiar las medidas del Monumento al Esfuerzo. Desearía, al revés, que ese Esfuerzo fuera mayúsculo para que la ciudad logre liberarse de sus pequeñeces e infortunios. No permitamos, nunca, el destierro de Bolívar del corazón de la ciudad, y menos de nuestro propio corazón, pues sería tanto como olvidarnos de nuestra condición de redimidos para la dignidad y la grandeza.
La Patria, Manizales, 23-XII-1980.