“Necesito empleada. Pago el doble”
Por: Gustavo Páez Escobar
En cualquier hogar que todavía se dé el lujo de contar con servicio doméstico se podrían desarrollar las siguientes escenas:
–Están timbrando, Dioselina, y deben de ser las niñas que regresan del colegio –dice doña Yolanda, asegurándose el último tubo eléctrico en su lacia cabellera.
–No puedo abrirle, mi doña, porque se me queman las arepas. Mejor dígale a la dentrodera, que ella está escuchando la telenovela del tipo ese tumbador de quinceañeras.
–Entonces, haga el favor de abrir usted, Petronila.
–Espérese, mi doña, que el enamoramiento va en lo mejor. Si viera lo chévere que se ve el gallinazo con su melena revuelta y sus amuletos colgándole del pecho. ¡Huy….huy…! La toma por la cintura….y ¡pum…! le acomoda un besote como para dejar quemar todas las ollas…
–¡Abran, que somos nosotros y traemos sed! –claman las niñas en la puerta.
–¡Dioselina… Petronila!… –grita la señora–. ¿Ninguna se da por enterada? Para eso tienen buenos sueldos. Dejen la arepa y la televisión y sean serviciales, por Dios.
–¿La oíste? Nos amenaza. En fin de cuentas, yo estoy como aburriéndome. Cueste lo que cueste no abro la puerta y mejor me presento a la señora de la esquina que hartas ganas me tiene. Su marido es más seductor que el de aquí. Ella me ofrece quinientos pesos más y me permite quedarme tres noches por la calle. Una tiene que hacerse valer. Me marcho, Diose. Chao, chao…
–¿Qué dice, Petronila?
–Me voy, mi doña, porque usted me tiene explotada. Ya tengo empacadas mis pertenencias. Págueme la quincena, el preaviso, la cesantía, las vacaciones, las horas extras y toda esa hilera de cosas que me debe.
–Ahora no hay dinero, y es usted la que debe pagarme preaviso por abandono del puesto. Además, tengo que descontarle la vajilla rota, el espejo destrozado, el mantel quemado y los cubiertos perdidos…
–¡Oíla, oíla! Fuera de que me debe quiere asustarme. En definitiva, ¿me paga o prefiere ir a la inspección?
Doña Yolanda tuvo que comparecer al despacho del inspector de trabajo, un señorote que casi no la miraba y parecía tener algún trato con la empleada. El funcionario, con formatos y calculadora en mano, determinó una alta cifra, luego de leerle unos trozos del código que ella no entendió, pero tampoco iba a discutir. La señora se asustó, pero el inspector la consoló:
–Son ocho mil pesitos que a usted no le hacen falta… Su marido gana buena plata con la bonanza cafetera. Ahora firme aquí, distinguida señora, y todo queda en paz….
De regreso en casa, Dioselina le notifica:
–¿Me sube mil pesitos….o qué? El trabajo está muy duro y usted se ha vuelto muy avara. La niña mayor ya no me deja ver entero el programa de televisión, el señor le baja el volumen al radio y usted me obliga a barrer dos veces por semana. ¿Listos los mil pesitos, mi doña?
–Recapacite, Dioselina. Le subo quinientos y le doy salida desde el viernes.
–Mi última palabra, doña: ochocientos pesos, huevito diario y tele en la pieza con películas porno, como la tiene usted con el señor. Además, salida desde el jueves… Ustedes los ricos nos tienen explotadas. ¿Le sirve así o no le sirve?
–Lo pensaré, Dioselina. Por ahora ábrele al señor, que quiere entrar el carro.
–¡Qué pensar ni qué chorizo! Me largo… ¿Tiene completa mi liquidación o quiere también que la arregle el ‘dotor’ inspector?
En menos de cinco días se había vuelto a quedar sin empleada. La nueva, Flori, que logró conseguir tres meses después, traía dos chinitos y estaba embarazada, pero no se le notaba. La recibió por absoluta necesidad, ya que las empleadas se habían acabado. Preferían ir a las fincas a coger café.
En el hogar escaseaba todos los días la leche, y el par de chinitos no dejaban porcelana buena. A Flori le gustaba la marihuana, y esto tampoco se le notaba. De entrada, le fundió el motor a la lavadora. Le gustaban sus confiancitas con el celador de la cuadra y hasta le coqueteaba al chino mayor del matrimonio. Cuando se le hizo algún reclamo, cogió sus corotos y su prole y demandó a la señora por haberla despedido estando embarazada
Doña Yolanda lleva tres años sin servicio. Ha descansado, en alguna forma, pero el marido ha tenido que remplazar la mayoría de artefactos caseros: unos los dañó Flori, y otros se los llevó escondidos entre sus pertenencias, que había que mezclar con las pertenencias de la casa.
El hogar marcha a medias. Todos colaboran, pero algo hace falta. Falta la muchacha de antaño, la que era casi un miembro de familia y nos hacía amañar en los hogares.
Si alguien, por favor, sabe de una buena empleada, mándemela, que mi señora le paga el doble y le exige la mitad.
La Patria, Manizales, 4-XII-1980.