Armenia se hunde
Por: Gustavo Páez Escobar
Mientras en el Concejo se ha formado todo un alboroto alrededor de unas posiciones burocráticas, Armenia se nos está hundiendo. Más que disputarse tales posiciones y crear líos administrativos, los concejales deberían ponerse de acuerdo para no permitir el resquebrajamiento de la urbe que les ha sido encomendada.
Hay aquí un hundimiento lento, persistente y que puede ser catastrófico. El mal avanza ante la indiferencia de las autoridades y la ciudadanía. Y tiene varios enfoques. Está, en primer lugar, la descomposición de las costumbres, de que tanto se ha hablado en esta columna. Se ha venido perdiendo la noción de la moral, en forma casi insensible, a medida que los hábitos honestos se cambian por fáciles prebendas.
Las juventudes desorientadas prefieren la vida ligera a la digna posición de la conducta. Con el halago del dinero –el nuevo signo que perturba la paz de las conciencias–, comienzan a apreciarse serios destrozos de la personalidad, que más tarde serán incurables.
El otro estrago, también de grave repercusión, se refiere al real hundimiento del terreno que hoy afecta a varias calles. En la carrera 19 se halla bloqueado un buen tramo de la calzada, con amenazas apremiantes sobre las edificaciones adyacentes. Con frecuencia se observa que en distintos sitios el terreno se consume destruyendo el pavimento. Nos hemos acostumbrado a estas averías, sin prestarles mayor atención. Mientras tanto, el deterioro avanza por muchos frentes.
Es preciso lanzar una voz de alerta para reflexionar con seriedad sobre el gran peligro que se cierne sobre Armenia. Alguna foto callejera mostraba el enorme boquete abierto en la calle céntrica antes citada, como testimonio que pocos supieron apreciar en su exacta dimensión. La verdad es que Armenia se está hundiendo, y es preciso insistir en que este desmoronamiento camina por todas partes, tanto en el aspecto físico como en el moral.
Una quebrada subterránea atraviesa la ciudad. Sus aguas vienen perforando, a paso lento pero voraz, la firmeza del terreno. En algunos sectores se han formado verdaderas cavernas, como gráficamente me lo explicaba un profesional que conoce sus profundidades. El piso, por lógica, cede bajo el peso de las construcciones y los automotores. Pero no nos damos cuenta cabal de ello.
El casco urbano, montado sobre varias cañadas, muchas de las cuales fueron rellenadas con basura y tierra poco sólida, pierde consistencia en sitios más propensos a los deslizamientos. Se dirá que la ciudad no se va a caer de la noche a la mañana. Pero hay que buscar soluciones. En las entrañas de la tierra existe un enemigo invisible del que nos hemos desentendido.
Y no es una falsa alarma esta de recordar que Armenia está edificada sobre terreno peligroso. Es oportuno preguntar a las autoridades qué piensan hacer para contrarrestar la amenaza.
La Patria, Manizales, 29-XI-1980.