Un ciudadano honrado
Por: Gustavo Páez Escobar
Carlos Alberto Manzur hizo de la honradez una norma de vida. La defendía a como diera lugar y nunca se doblegó ante los halagos corruptores. Lo mismo que la practicaba, la exigía. Trajinando por el mundo enmarañado de los negocios de banco, donde más se requiere consistencia moral, combatió con decisión la deshonestidad y frenó no pocas ambiciones.
Fue en Armenia gerente de la Caja Agraria, y en Pereira, de los Bancos Industrial Colombiano y Santander. En esta última ciudad lo sorprendió la muerte, a la temprana edad de 38 años. Fiel a sus principios, vigilaba la moral de sus empleados y de sus clientes, porque pretendía que el ambiente de los negocios se mantuviera incontaminado. Dura labor esta que suele chocar contra hábitos de difícil erradicación y sobre todo con personas que trastocan, en no pocos casos, la seriedad de las instituciones. Ser moralista representa una de las empresas de mayores riesgos, a veces estéril y por lo general ingrata, pero dignifica la vida y trae satisfacciones para quien la practica con el entusiasmo con que Carlos Alberto lo hizo.
Por conocer tan a fondo sus convicciones éticas, no me queda difícil deducir que, por honrado, encontró la muerte. El mayordomo de su finca, de torvos y salvajes instintos, resolvió una diferencia de números eliminando a su patrono. Habría recibido el empleado alguna amonestación por no presentar correctas las cuentas, y como hoy se mata por cualquier cosa, sacrificó a sangre fría una vida inocente y valiosa. Otra noticia dice que fue por apoderarse de unos dineros destinados al pago de jornales.
Para el caso es lo mismo. Ni aun en el peor estado de insania es concebible tanta ferocidad, que asimila al hombre con la bestia. Agrónomo de profesión, murió, irónicamente, entre sus cafetales.
Por haber sido mi colega y amigo, quedan motivos poderosos para deplorar su muerte. La razón, perpleja ante lo absurdo y lo incomprensible, se niega a admitir el rumbo equivocado de las balas asesinas. Y menos comprendería la impunidad. La justicia tiene que ser severa cuando así se dispone de una vida útil.
Quiero recordarlo por su acendrado sentido de la honestidad, uno de los valores que estamos dejando olvidados entre el arrebato de la vida moderna. Así se engrandece más su dimensión humana. Muchas veces, en tertulias de colegas, nos sorprendíamos de las inmoralidades y la falta de carácter tan comunes en nuestros días. Repasábamos nombres y circunstancias en busca de gente honrada, en el amplio sentido de la expresión, y teníamos que rendirnos ante la certeza de que la decencia moral se está acabando.
La gente honrada, la que inculca principios y detiene malos manejos, no tiene por qué desaparecer. Su posición no es cómoda, pero sí enaltecedora. Si no hubiera quienes frenen los desvíos sociales, el mundo se disolvería.
Ante la tumba del amigo nada mejor que hacer memoria de su recio carácter. Quizá esto no sea muy estimado, pero de todas maneras, por ser actitud decorosa y constructiva, no puede ser un comportamiento perdido. La moral no se entrega. Así lo entendió Carlos Alberto Manzur.
La Patria, Manizales, 11-XI-1980.