Compromiso contra la corrupción
Por: Gustavo Páez Escobar
En reciente entrevista radial se le preguntó al doctor Carlos Lleras Restrepo su pensamiento sobre el sentido de los partidos, cuando ninguna diferencia de programas se nota frente a los problemas nacionales. Él contestó que, existiendo diversos matices en la organización de los partidos, los hombres se encargan de desviar la aplicación de las normas de trabajo.
Y pidió que, sean cuales fueren las matrículas de quienes dirigen la opinión pública, se haga un compromiso contra la corrupción. Es, por lo demás, la ya conocida postura de quien desde hace mucho tiempo viene luchando por depurar las costumbres de esta nación que cada día se entrega más a las mafias porque se ha olvido del sentido de vivir decentemente.
Esta voz clamorosa del doctor Lleras Restrepo parece perderse en el turbión de la vida arrebatada que se ha convertido en la pauta de los tiempos modernos. El carácter no se educa porque es más lisonjera la idea de los ambientes cómodos, pintados de tentadoras provocaciones, que la vida esforzada, donde hay que luchar para preservar el decoro. Y el decoro es para la mayoría un don caduco.
La gente ha olvidado los principios éticos. Pero no se olvida de enriquecerse a toda prisa y a como dé lugar. Vivimos en permanente venta de la conciencia. La corrupción mina todos los ámbitos, hasta los que antes se consideraban invulnerables. Los políticos deben transitar caminos sinuosos para conquistar los votos que de otra manera no hubieran sido espontáneos. Después se van en alegres excursiones turísticas pagadas por el mismo pueblo que los eligió, pero no autorizadas por él. Mal puede autorizarlas, si esto significa el olvido de las angustias populares.
Contra este estado pide el doctor Lleras una alianza. Pero apenas se escuchan y se escucharán voces tenues, de esas que no tienen muchas ganas de hacerse sentir. Es un melancólico cuadro de decadencia que oscurece el panorama de Colombia. En la administración pública no hay motivadores eficaces para cambiar de hábitos.
El «serrucho», herramienta siniestra que se volvió un símbolo de nuestras desgracias, cercena las profundidades del alma. Aún quedan, por fortuna, personas preocupadas por la moral, pero sus banderas se pierden por falta de seguidores. Aquí debe reconocerse la presencia de un virus violento que se niega a rendirse.
La concentración de riquezas en poder de una casta privilegiada, mientras las grandes masas escasamente logran subsistir, pone de presente un gran desequilibrio contra el que nuestros legisladores y políticos deberían luchar, si realmente son abanderados de la justicia social.
La Patria, Manizales, 23-X-1980.