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Síntomas de pobreza

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Es la nuestra una moneda en decadencia. En los países vecinos que producen petróleo, se le mira con desprecio. Hace pocos años, cuando el Ecuador comenzaba a encontrar su dólar negro, un grupo de colombianos pasamos a una ciudad limítrofe y a duras penas logramos hacer valer nuestros billetes desvalorizados. A pesar de que en los almacenes existían tablas de conversión, allí preferían el sucre. Una manera de declararnos pobres era mostrando el peso colombiano.

En el mercado doméstico, la situación es pareja. En 1973, el empleado medio podía adquirir con sesenta sueldos un apartamento de 110 metros cuadrados y un Renault-4. Hoy necesitaría 96 sueldos (o sea, ocho años de trabajo), sin ningún otro gasto, para obtener los mis­mos bienes, pero ayudándose con créditos y cesantías.

El peso colombiano cada día va en mayor declive. En época no tan lejana estuvo a la par con el dólar. Ahora hay que pagar cerca de cincuenta pesos por un dólar. El peso nuestro, hace apenas diez años, se cambiaba por tres o cuatro bolívares. Hoy debemos pagar once pesos por un bolívar.

Mi amigo el panadero, que acaba de contarme que la harina ha tenido nueva alza, una manera de notificar que el pan también la tendrá, me llevó al depósito de combustible que llena periódicamente para su negocio, y me hizo la siguiente cuenta: hace un año ese depósito se llenaba con $ 3.500, y hoy con $ 7.500. Bien puede considerarse ese hecho como el termómetro de la vida co­lombiana, para determinar que el alza en un año no es del 28%, como la certifica el Dañe, sino de más del 100%, como la sufren los bolsillos.

Un modesto arriendo vale $15.000 mensuales. El sueldo promedio de los colombianos no llega a esa cifra. Ha­brá que preguntar: ¿cómo se hace para vivir decente­mente? El común de los hogares se sostiene con entra­das mensuales inferiores a $10.000, de las cuales se va en vivienda el 40%. ¿Cómo se logra, entonces, alimen­tarse y vestirse? Si un par de zapatos para el escolar va­le $1.000, y un sencillo vestido de paño para el oficinista, $4.000, ¿cómo hace para vestirse to­da la familia?

Según cuentas, sesenta mil colombianos viajan cada año al exterior en busca de mejores ingresos. En esa cifra va buen número de profesionales que no consiguen empleo en nuestro país. La aventura de viajar al exterior es riesgosa e indica que Colombia no alcanza a abastecer las necesi­dades del pueblo. Mientras tanto, los trituradores del presupuesto hacen de las suyas reduciendo cada vez más la capacidad del Estado para dar ocupación y ejecutar obras que generen beneficios.

A estos síntomas de pobreza física se suman otros de indigencia cultural. Como el de saber que los niños del campo no pasan de dos años de escue­la, y los de la ciudad, de tres.

La Patria, Manizales, 18-X-1980.

 

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