Cada minuto, un delito
Por: Gustavo Páez Escobar
Las estadísticas oficiales dicen que en Colombia sucede un delito cada minuto. Y agregan que el promedio es superior, ya que el dato se basa sólo en las denuncias presentadas. Como buen número de ciudadanos prefiere no acudir a las autoridades, bien puede deducirse en qué país estamos.
La gente, al verse asaltada en sus bienes, generalmente calla porque no cree en la justicia. Denunciar el atropello callejero es acción temeraria. El indefenso ciudadano puede quedar sometido a la falsa imputación al no lograr presentar pruebas. El testigo ocasional, que tampoco quiere enredarse, pasa de largo. No hay solidaridad, porque nadie garantiza la tranquilidad personal.
La lentitud de la justicia causa impunidad. Si en el momento hay alrededor de dos millones de procesos, y su sola actualización, sin recibir nuevas denuncias, demandaría 15 años, salta a la vista la ineficacia. Ese volumen significa un proceso por cada 15 habitantes, y como el crimen no duerme, la situación se agrava todos los días.
Hay otros datos alarmantes. El noventa por ciento de las personas procesadas son analfabetas o con educación primaria. La ignorancia es causa del delito. El Estado queda enjuiciado por su atraso en los planes educativos del pueblo. ¿Y qué se piensa de los dos millones y medio de niños menores de 15 años que trabajan por física necesidad y en las peores condiciones ambientales o morales? Sin embargo, acabamos de celebrar el Año Internacional del Niño…
De cada 100 delitos, 84 se cometen en zonas urbanas. La inseguridad de las calles está provocando pánico. En Armenia, para no irnos a otra parte, se vive con zozobra en pleno centro de la ciudad. Pandillas de gamines deambulan por todos los sitios como príncipes en su palacio. Son raponeros reconocidos que van detrás de las damas y las colegialas a la caza del reloj o la gargantilla, que luego entregan por cualquier suma al reducidor. Sector tan céntrico como el del Pasaje Bolívar está convertido en nido de raterillos. Con todo, permanece desprotegido. En general, cualquier calle de Armenia es peligrosa. La policía no ve, o llega tarde.
La ola de delitos es ya un estado patológico. Nos acostumbramos a vivir entre delincuentes. Es un morbo social que avanza y se reproduce porque no hay medios eficaces para contrarrestarlo. Las cárceles no resisten más presos. Y, lo que es peor, a ellas van muchos inocentes y dejan de ir peces gordos.
Cuando se hurga en estas miserias sociales, sale manchada la conciencia nacional. El hombre honrado se reduce ante la incapacidad de las autoridades cuando estas son ineficaces para garantizarle la vida, sus bienes y su honra.
La Patria, Manizales, 4-X-1980.