El río corre hacia atrás
Por Gustavo Páez Escobar
Desde hace varios años he oído hablar de esta novela de Benjamín Baena Hoyos que describe la colonización del Quindío. Al salir ahora con el sello de Carlos Valencia Editores me encuentro con una obra novedosa, de las que sólo se escriben de tarde en tarde.
El autor, nacido en Pereira en 1907, vivió mucho tiempo en Armenia, donde fue juez y poeta. Eso de juez y poeta parece no concadenarse, y en verdad no es corriente que el juez, cuya mente está formada por disciplinas rígidas, amolde su temperamento a las modulaciones del arte. Con esa disposición para pulsar las emociones campesinas fue como Baena Hoyos se fue metiendo en las épocas de la colonización hasta encontrar el ambiente apropiado que pintara los cuadros de la explotación humana que antecedieron a la consistencia de este pedazo de tierra que conocemos con el nombre de Quindío.
Los personajes, muy bien trazados, surgen de la naturaleza como seres amasados en el barro y hechos para las sufridas faenas de la vida rústica. La hoya del Quindío se puebla de colonos pegados a las raíces de sus cosechas y se mueven entre la montaña dura que les da bienes pródigos y les enseña que la tierra sólo es conquistable con sudores y sangre.
La Burila, la compañía latifundista, enlaza tierras como cercando ganados, sin escrúpulos para comprar la conciencia de las autoridades. No se escapan a su influencia ni el juez, ni el coronel, y ni siquiera algún prelado suelto, «un cura cejón y boquiflojo, hecho de una extraña mezcla de materiales contradictorios: virtud y vicio, fuerza y debilidad. Un cura sin preceptos y sin amarras rigurosas, suelto como un animal de monte». El colono, que se resiste a quedar despojado de la tierra moldeada con sus manos encallecidas, mira al cielo en demanda de protección, y sólo halla la inclemencia con que se le trata, como a un animal de dura cerviz.
Está aquí pintada la odisea del hombre que lucha por unos metros de tierra sin que su ruego reciba miramientos. Esas son las tierras del despojo, sacrificadas y violentas, donde no hay lugar para la esperanza. El endurecido campesino reclina su cabeza en el seno de la inhospitalidad, porque se siente extraño y perseguido en su propia parcela.
La Burila, ente despótico y explotador, impone su codicia y avanza con saña incontenible. El hombre sigue abrazado a su pedazo de tierra. Es que «la tierra emboba, es como una mujer que nos gusta, se nos entra en el cuerpo y nos quema la sangre y la voluntad…»
La vorágine es la novela de la selva. El río corre hacia atrás es la novela de la montaña. El alma del Quindío revienta aquí con manchas dramáticas. Benjamín Baena Hoyos, que duró meditando mucho tiempo en su obra, consigue un estremecimiento lírico sobre este Quindío de fieros contrastes. Es maestro de la metáfora, como buen poeta, y utiliza el lenguaje rumoroso, rico y ajustado que cautiva al lector. Es un canto al dolor, y también un poema a la vida campesina.
La Patria, Manizales, 25-IX-1980.