Memoria de un gran boyacense
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace un siglo, el 26 de julio de 1903, nacía en Tunja Eduardo Torres Quintero. Y hace treinta años, el 10 de mayo de 1973, ocurría su muerte en la misma ciudad. Se trata de uno de los prosistas más grandes que ha tenido Boyacá, y el abanderado por excelencia de las humanidades, la cultura y las tradiciones de la región. Marcó toda una época como literato, educador, crítico, poeta, orador, académico y estilista de vuelo magistral. Difícil encontrar en el departamento una persona, como él, de tan acendrada vocación por el arte y la belleza, con un magisterio insigne en todo lo que fuera inquietud intelectual, y dueño de vasta y exquisita sabiduría, de carácter excepcional y de maravilloso don de gentes.
Cuando dirigió la Contraloría General de Boyacá, en los años 50 del siglo pasado, su sentido de la moral se manifestó en férreas y eficaces acciones que pusieron en la picota a los funcionarios corruptos y crearon un clima de resonante depuración de la vida pública. Ese sello de la honestidad y el decoro, que era distintivo sobresaliente de su cuna ilustre, se reflejaba en todos los actos de su vida. Si su ejemplo se aplicara en los días actuales, qué distinto sería el país.
El Concejo de Tunja dispuso en 1976, como homenaje a su memoria, la publicación de sus mejores páginas, acto que se cumplió con la edición del libro Escritos selectos, bajo la asesoría de su hermano Rafael, que ocupaba la dirección del Instituto Caro y Cuervo. Otras de sus obras son Lira joven, Boyacá a Julio Flórez, Fantasía del soñador y la dama, Cantar del Mío Cid, y numerosos discursos, artículos, traducciones y ensayos. Muchos de estos trabajos fueron recogidos en las revistas Boyacá, Cauce y Cultura, que él dirigió, en diferentes etapas, con singular brillo.
Sus escritos resplandecen como dechados de estética, elegancia y depuración idiomática. Manejó un lenguaje castizo, galano y armonioso, donde campean el vocablo preciso y el adjetivo cabal, que convencen y emocionan. Era maestro en el arte de engalanar la palabra hasta hacerla refulgente, a fin de que el pensamiento tuviera exacta y abrillantada expresión. La misma disciplina, y acaso más rigurosa, se impuso con su obra poética, donde aparece el vate tierno y romántico, de fina entonación y florido lenguaje. “Fue un explorador de las letras, las artes, los estilos”, dijo Rafael Bernal Jiménez, y Vicente Landínez Castro agrega que “escribir fue siempre para él una especie de liturgia, y también un oficio de magia”.
Fuera de la cultura y las letras, la mayor pasión de Torres Quintero fue Tunja, su cuna natal, y con ella Boyacá. Compenetrado con la idiosincrasia de la comarca, auscultó el alma boyacense como un explorador de los tesoros inmutables de la raza y los de la riqueza histórica y destacó o criticó la permanencia o el menoscabo de los bienes culturales. Nunca toleró mutilaciones del patrimonio colonial y religioso, y siempre levantó su voz airada, con esa vehemencia tan propia de su espíritu combativo y demoledor, cuando se cometía un atropello o se incurría en el simple olvido o menosprecio de lo que debe conservarse en el acervo de los pueblos.
Tunja fue la ciudad de sus ensueños, sus adoraciones y sus amores. Y Boyacá, la tierra grande, sufrida y gloriosa, que le enardecía el sentimiento al avivarle el amor patrio y afianzarle el cariño por el paisaje, la gente y lo terrígeno. Su obra es un canto perenne a Tunja y Boyacá, a través de múltiples motivos, bien fuera la de sus escritores y poetas, bien la de su historia y tradiciones, o la del pasado histórico, o la del magisterio y la juventud, o la de los templos en peligro de destrucción. Su pluma, como la lanza de don Quijote, vivía en ristre para atacar los exabruptos, y también dispensaba con profusión el reconocimiento franco hacia lo noble, lo bello y lo sublime.
Eduardo Torres Quintero, el cronista mayor de Tunja, como se le llamó, también fue el caballero andante de la cultura boyacense. Títulos ambos que acrecientan su recuerdo en este aniversario memorable.