Haydé la escritora
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando muere la esposa de un escritor, la noticia se siente más. Y cuando ese escritor ha estado vinculado al afecto, y además a la ciudad y al país, es como si algo se rompiera en la intimidad. Digo esto a propósito de Haydé Londoño de Jaramillo, esposa de Euclides Jaramillo Arango y dama prestante de la sociedad de Armenia.
Repasando en estos días las páginas de Mi Revista me encontré con una hermosa portada donde aparece la dama que acabamos de enterrar. El número corresponde al 20 de octubre de 1934 y allí se destaca la figura juvenil y espléndida de quien más tarde uniría su vida a la de Euclides Jaramillo Arango.
Además tenía vocación de escritora. Escribió con frecuencia en los periódicos locales. De pronto se silenció, y era que había caído enferma. Ya nunca superaría su mal. Su estilo era claro y desenvuelto. Le gustaba comentar los sucesos de actualidad y lo hacía con gracia y a veces con sutil ironía. Prefería mantenerse oculta, quizá por el temor muy explicable de estar casada con un escritor brillante.
Es posible que en otras condiciones hubiera llegado a ser una escritora notable. Esto lo digo con perfecta noción de mis palabras, conocedor como soy de su absoluta libertad para expresar su propio estilo. No podría decirse que tenía ninguna dependencia con la literatura de su esposo, y sí, en cambio, que cultivaba con discreción una vena que no logró desarrollar a su pleno gusto.
En los periódicos de la ciudad figuró durante buen tiempo un espacio que se titulaba La columna de Haydé. Ella tomaba su actividad como un hobby al que le restaba toda trascendencia. No hay duda de que gozaba escribiendo.
Hace poco fui a visitarla en su lecho de enferma. Estaba postrada, pero lúcida. Sabía yo de su lucha contra una tenaz enfermedad y la animé a que volviera a enviar sus notas a los periódicos, como una terapia para disipar sus dolencias. Me prometió hacerlo, pero bien me imaginaba que eso ya no era posible en su espíritu perturbado.
No todos coincidirán conmigo en que tenía calidad de escritora. Tal vez una excepción sería Euclides. Ese, de todas maneras, es mi concepto. Me parece entender que Haydé, en sus largos días de unión con el escritor famoso, halló ambiente en la literatura.
No siempre las facetas humanas están a la vista de los demás. A veces nos morimos como verdaderos desconocidos. Diré que me gustaba la manera como ella escribía, puede que sin demasiada hondura pero sí con expresividad y ameno estilo.
Cuando la sociedad de Armenia le rinde homenaje a la dama que un día brilló por su belleza, yo me acuerdo además de la escritora; y si no lo fue en la plena afirmación del vocablo, ha debido serlo. Esto de asociarla como colega a su esposo escritor, resulta una manera de expresarle a él, lo mismo que a sus hijos, nuestra sentida solidaridad.
La Patria, Manizales, 21-IX-1980.