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Una guerrillera de 16 años

lunes, 10 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

En enfrentamiento del M-19 con la policía quedó eliminada, en oscuro túnel de Bogotá, una pareja que no temía a las balas de la ley. Se dijo que entre los dos existía un pacto suicida. La policía informó luego que había tenido que acribillarlos por no obede­cer la orden de rendirse.

Sea lo que fuere, y para el caso es lo mismo, allí quedó cubierta por su misma sangre una muchacha de 16 años. Aparecía como una mujer anó­nima por no llevar papeles de identi­ficación, y ni siquiera se suministró su posible edad. Y era que la frágil criatura estaba ahora desfigurada, chorreante de sangre y hecha jirones por la balacera. No se asemejaba en nada a un ser humano y menos, muchísimo menos, a la dulce niña que le correspondía serlo en la dorada edad en que todavía no son posibles las pesadillas.

Pero ella cambió el camino lógico del plantel educativo y del alegre discurrir de la juventud inocente, por el frenético y endiablado de las armas y la insurrección. En alguna vuelta del camino se prendió al compañero se­ductor, el que nada bueno podía ense­ñarle si ya había vulnerado la des­prevenida doncellez de quien apenas estaba abriendo los ojos a la vida. Puso en sus manos infantiles el arma vo­luminosa y antes le inoculó veneno contra la sociedad.

Y ella, la pobre doncella violada en su destino de mujer y en la paz de su mente asalta­da, voló por las rutas de la locura… Quedó cercada en el túnel sin salida, como el que ella misma se había buscado. Prefirió el llamado de la insensatez al ruego clamoroso de la madre que se esforzaba por no perderla.

Hoy la madre atribulada, una más de las que tienen que cubrir con sus lágrimas el camino torcido de la ju­ventud errátil, choca contra un cuadro aterrador. Las lágrimas se secarán en sus ojos de tanto pensar en el drama de esta guerrillera, ¡su propia hija!, que escogió la muerte por no ser dócil. Es una guerrillera de 16 años, y más parece un juego infantil que algo cierto.

Ante los ojos del país queda chorre­ando este cuadro infamante de la pequeña colegiala que se sumó a la guerrilla sin saber en qué consistía. Sabría, cuando más, de la naciente sensación amorosa, pero le faltaron guías para orientar las pulsaciones del corazón. Desorientada y trémula, ig­norante y frustrada, se fue con el que primero se lo propuso. Después de hacerlo, también era fácil empuñar la metralleta, si su héroe sería su maestro.

Acaso pase inadvertido este caso entre tanto episodio de sangre, lá­grimas y destrucción que conmueve al país. Pero no es un hecho cualquiera. Es la sociedad la que produce estos delincuentes que después llamamos monstruos. El germen puede repro­ducirse en cualquier hogar que no sepa formar la juventud.

Entre los captu­rados figura, sin nombre propio, y tampoco es necesario que lo revelen, el hijo de un almirante de nuestra Ar­mada. Los hijos, después de acos­tumbrarse a vivir sin padres, son capaces de todo. Los lujos, las extra­vagancias y la falta de disciplina los harán rebeldes. Y frustrados, que es peor. Cuando se van de las manos, ya no será posible recuperarlos.

La Patria, Manizales, 30-IX-1980.
El Espectador, Bogotá, 8-X-1980.

*  *  *

Comentario:

Yo tengo algo que de alguna manera es también suyo. Usted escribió una columna en El Espectador el 8 de octubre de 1980. Me impactó tanto, que la tuve seis años rondándome la mente, sabiendo que no me desprendería de ella hasta que escribiera una novela sobre el episodio que cuenta. En 1987 la escribí, y desde entonces, muy contento y realizado, la escondí en mi biblioteca. El  epígrafe de la novela es su columna, que para el lector avisado ha de permitirle comprender el texto que por lo demás es ahistórico: no tiene personajes con nombre, ni lugares, ni fechas.

Solamente una persona, la escritora Sonia Truque, la leyó en aquella época, por encargo profesional de darme un concepto. Ahora que lo he reencontrado a usted en las páginas de El Espectador, he pensado que la otra persona que debe leerla es usted, de alguna manera coautor. ¡La novela más leída del mundo! ¡Va a completar su segundo lector en veintiún años! Luis Carlos Domínguez, Bogotá, 29 de septiembre de 2008.

 

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