El reino de los románticos
Por: Gustavo Páez Escobar
Uno de esos correos que van y vienen, caprichosamente, me trajo desde la vecina Pereira el libro que su autor deseaba obsequiarme. Se titula De las zarzas y la vida y lo escribe José Ruiz Valencia, alguien con alma romántica y con indudable valor para publicar sus cuitas en este mundo que se ha olvidado de los poetas.
Deseabasaber si su libro me interesaría: me lo preguntó primero por carta y luego me hizo la remisión. El correo, curiosamente, demoró treinta días de Pereira a Armenia, pero al fin fue rescatado. Eso me da pie para pensar que el poeta anda despacio, con envidiable parsimonia en medio del planeta que perdió la moderación. Qué tal si a los románticos les diera también por correr, por desesperarse, por romper la lira.
Alguien me decía que el romanticismo se acabó, que no cabe en el momento actual de estrépito, de confusión, de metamorfosis. Y yo le replicaba que ahora es cuando en verdad se necesita de los poetas. No de los que hablan con estertores, con signos más que con palabras, sino de los que tienen cuerdas sentimentales.
Tampoco, claro está, de los cursis. Se requiere armonizar la vida para detener la catástrofe de nuestra humanidad desbocada que se está extinguiendo por falta de poesía. Se echan de menos los poetas de pueblo, los que sean capaces de componer un acróstico, los que declaren su amor en verso en lugar de declarar la guerra… El mundo se deshace entre frivolidades, se despeña entre vicios y vulgaridades. Lo salvará el último trovero, el que nunca se acabará, el que todavía sacrifica un mundo para pespuntear una redondilla.
Mi amigo el vate defiende sus soledades proclamándose un roble solitario. Siente las inclemencias del medio ambiente, pero mantiene templada su alma. Ha coronado reinas; le ha cantado a la tierra, se ha emocionado con la luna, conoce las embriagueces del amanecer, ha llorado con las duras partidas. Y además es músico. O sea, el completo romántico. Lee desde la niñez autores sentimentales para que le entonen la inspiración. Su hija Lucero –evocación de alborada– dice al comienzo del libro que está hecho de versos, pergaminos y bambucos.
Me gusta saber que los poetas románticos no se extinguen. Si desaparecieran, se acabaría el mundo. El pueblo los necesita. El tiple es mejor que la metralleta. El verso, aunque sea imperfecto, es preferible a la barbarie que el hombre siembra con sus necedades. Algunos, como mi contertulio del otro día, creen que es un género proscrito. Ya se ve que no es cierto. En Pereira, o en Leticia, o en la tienda de cualquier camino de vereda surgirá una voz bohemia de romanticismos inagotables que se niega a silenciarse. El sentimentalismo podrá ser a veces ingenuidad, pero a nadie le hace daño.
La Patria, Manizales, 9-V-1980.