Confesiones de un penalista
Por: Gustavo Páez Escobar
Horacio Gómez Aristizábal ha convertido la abogacía en algo más que el ejercicio de ganar pleitos. A su profesión le ha inyectado sabias directrices para que sea un apostolado, una bandera social, más que una actividad productora de rendimientos económicos, sin sentido humano. Ha logrado compenetrarse en tal forma con la esencia del hombre, interpretarlo y dignificarlo, que su tarea es una parábola de humanismo.
Este destacado profesional, uno de los penalistas más brillantes del país, nos cuenta juveniles inquietudes y su búsqueda de hechos insólitos, y corrobora con el correr del tiempo que no había nacido para la improductividad y que su mente ansiosa de aventuras culturales no se ha detenido en pequeñeces sino que la ha capacitado para pensar en grande.
Pocos abogados son al propio tiempo eruditos en las disciplinas profesionales y catadores de la vida. El abogado de altura se limita, por lo general, a ahondar en los conocimientos jurídicos, adquirir notoriedad y convertirse en tratadista y hombre respetable en el foro o en la universidad, pero carece de tiempo o de vocación para el humanismo. Gómez Aristizábal es filósofo de su oficio, porque ha sabido extraer de sus experiencias un venero de sabiduría.
En su libro Lo humano de la abogacía y la justicia recoge sus propias vivencias y luego de crear los contornos adecuados para plasmar lecciones de contenido, presenta a la justicia como disciplina amena, filantrópica, digna para el que sabe ejercerla, y sobre todo humana; y concibe al abogado como el buscador de la equidad, personaje a quien a veces no se comprende, asediado por complejas circunstancias y no siempre apto para hallar la chispa de la vida. Con gracia y certeros enfoques, característica refinada del autor, trae a cuento anécdotas, aforismos, debilidades y grandezas de la justicia y los abogados, para redondear un tratado que muestra el lado real que no siempre se ve.
El nuevo libro que ha comenzado a circular, Yo, penalista, me confieso, salido de la Editorial Kelly de Bogotá, es prolongación del mismo tema, esta vez dirigido con mayor escrutinio al mundo íntimo del autor. Este abogado, especialista en la defensa del hombre, primero ha comprendido la vida para después aplicar los códigos. Lanza tesis novedosas, explora secretos, propone reformas, critica vicios y tiende, en últimas, por ese humanismo de que antes se habló.
Gómez Aristizábal habla y escribe en lenguaje franco y desenvuelto. Es hábil para el gracejo y la fina ironía. Entiende la abogacía como oficio noble y compromiso serio con la sociedad, y por eso insiste en los valores esenciales que debe practicar el ejecutor de la justicia. Estas confesiones habrán de ser leídas con provecho y delectación dentro del mundo del derecho y por el país culto que sigue con interés la trayectoria de esta mente inquieta y razonadora.
La Patria, Manizales, 8-V-1980.