Nicolás Arcila Giraldo
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando la muerte tocó en su morada, él la recibió con serenidad. Se encaprichó con él al llegarle en el pleno vigor de una vida que prometía mucho más, y su formación de hombre consciente y templado para la adversidad le hizo enfrentar el duro trance con el valor que robustece las energías del espíritu. Cabe en su caso la sentencia de Santaya: “Para un hombre que ha cumplido sus deberes naturales, la muerte es tan natural y bienvenida como el sueño”.
Varón justo, cuya vida fue una parábola de dignidad y distinción y una síntesis de acendrados principios, realizó el tránsito terrenal con la mira en alto, ajeno a las bajas pasiones y ennoblecido con la fortuna del corazón generoso. Aprendió a sublimar la existencia practicando las lecciones del hijo y el hermano modelo, del esposo y el padre amantísimo, del recto magistrado, del ciudadano ejemplar.
El Quindío, al que sirvió con honestidad y brillo, puede sentirse orgulloso al haber contado con su colaboración espléndida y haber tenido en él al funcionario capaz y de invulnerable rectitud. En todas las posiciones por donde pasó, dejó muestras del desempeño cabal y sobresaliente. Para él importaba, ante todo, el cumplimiento del deber, y no podía ser de otra manera si sabía que el hombre debe ser íntegro para que sea meritorio.
No toda la gente se da cuenta de las disciplinas ajenas. Es posible que muchos ignoren, inclusive sus antiguos colegas de magistratura, que era lector voraz, y no solo de tratados de derecho, sino de literatura clásica de todos los tiempos. Con esa humanización del espíritu no es de extrañar que se tratara del hombre sensible a las expresiones estéticas de la vida.
Se destacó en diferentes posiciones, como la personería y la alcaldía de Armenia, primer secretario de Gobierno del naciente departamento del Quindío, luego Gobernador encargado; en la rama judicial recorrió distintas escalas, hasta magistrado, y dio ejemplo de eficiencia y decoro. No supo de intrigas ni desdobles de la personalidad para avanzar en su carrera, y por eso, cuando se le presentó algún contratiempo, lo superó con elegancia y recatada conducta.
Habrá que recordar a Nicolás Arcila Giraldo, el amigo y el confidente, como arquetipo humano que pocas veces se repite, sobre todo cuando hoy los valores vienen en decadencia. En su hogar inyectó sabias lecciones que perdurarán, porque la buena simiente es fértil. Con María Elena, la afligida esposa, y sus desconcertados hijos Elena María, Adriana Patricia y Nicolás Felipe hemos tributado, en el primer aniversario de su muerte, sentido homenaje a su memoria.
La Patria, Manizales, 4-VI-1980.