Un papel deteriorado
Por: Gustavo Páez Escobar
Un comerciante de Corabastos se quejaba de la falta de negociabilidad del cheque de la Caja Agraria. El reclamo hubiera quedado mejor formulado señalando que no sólo el cheque de la Caja Agraria sino todo cheque bancario se volvió un papel sin seriedad. Hasta tal grado ha crecido la desconfianza, que el comercio, receloso de fraudes, advierte en sus dependencias que «no se reciben cheques». Y como ironía, son los comerciantes quienes más abusan de una chequera.
Hoy un talonario de cheques lo porta cualquier persona, hasta los analfabetos y con mayor razón los delincuentes. Por eso es un papel que circula con asfixia. Los giradores inescrupulosos, convertidos en una plaga incontenible, están menoscabando la moral pública. Difícilmente sabrá alguien el número de cheques (una cantidad astronómica) que los bancos rechazan a diario por carencia de fondos y motivos similares, con los cuales los giradores se burlan de los negocios, generalmente con premeditación.
La selección de clientela bancaria ha dejado de ser rigurosa tanto por la proliferación de oficinas que se disputan cuentas sin ningún sentido, como por las argucias de los defraudadores y eternos sobregirados para hacerse a la protección de los bancos. Los controles son en flojos. No es raro ver a personas indeseables entrando por los establecimientos crediticios con exhibición de vistosas chequeras y arrogantes cinismos. Hay, por desgracia, gerentes de banco pródigos en el asilo, que fomentan el relajamiento de las sanas costumbres.
El cheque es, por tanto, un papel deteriorado, que no goza de confianza pública. Se abusa de él no sólo por manías irredimibles, sino por tolerancia bancaria. No se aplica mano fuerte para contrarrestar la invasión de papeles falsos que están ahogando al país y hasta se usan insólitas protecciones al permitir que el cliente descuidado cierre la cuenta y quede en libertad de seguir cometiendo nuevos abusos en otro banco.
Los gerentes serios, que afortunadamente son muchos, o somos, porque el articulista sabe el terreno que pisa, nos movemos con aprietos entre estas maniobras y vicios que dañan un sistema que debería ser ejemplar. Resulta indicado que salga una voz de la propia banca, para buscar la deseable depuración.
Las leyes son inoperantes para castigar a los culpables, porque no se ejercen con la necesaria drasticidad o porque los abogados son hábiles para interponer interpretaciones que pugnan por la suerte de sus defendidos. En los Estados Unidos el giro de cheques sin fondos da cárcel, y también, teóricamente, en Colombia, con la diferencia de que allí las leyes se cumplen y por eso existe moral pública.
Al amparo de la voracidad bancaria que se pelea cuentas, de la ineficacia de los controles y los castigos, de la liberalidad de los bancos, de la suavidad de la ley y de las audacias de la gente deshonesta, está montada la inseguridad que se desprende de un talonario de cheques y que repercute en la vida nacional.
Es un estado de descomposición que debe recomponerse. ¿No es sano que la crítica del periodista sea al propio tiempo la inconformidad del funcionario de banco para sembrar inquietud entre quienes son los encargados de vigilar y corregir el sistema? El país necesita seriedad en sus costumbres. El cheque «chimbo», personaje siniestro, es un cáncer social que avanza y se reproduce al no encontrar quién lo detenga.
El problema, como se ve, es de personas y de instituciones, o sea que no es de poca monta. Hay que purgar toda una organización averiada hasta recuperar la decencia y la honorabilidad. El cheque, entonces, realmente sería en Colombia un instrumento negociable, y el comerciante de Corabastos podría obtener confianza con su desacreditada chequera.
La Patria, Manizales, 20-IV-1980.