Armenia, ciudad abierta
Por: Gustavo Páez Escobar
El visitante descubre en el Quindío nuevos horizontes. Es difícil seguir de largo. Hay algún misterio en el ambiente que hace detener la marcha.
Armenia, ciudad cosmopolita por excelencia, es guardiana de tradicional hidalguía. Pocas ciudades en el país han logrado traspasar las barreras de la pequeñez territorial sin perder los encantos del pueblo, a tiempo que irrumpen, como Armenia, en las dimensiones de la gran ciudad. Cuando los pueblos crecen y se agigantan, destruyen por lo general su lado atractivo y terminan despersonalizándose entre los arrebatos y los rigores del falso progreso. A veces se rompen el alma por pretender ser grandes.
Pero Armenia no se ha dejado desfigurar. Quienes ayer la conocieron como la aldea temerosa de volverse mayor, y hoy se encuentran con la urbe dinámica y asombrosa, siguen hallando el hálito acariciante que no logró robarse la transformación que en otros casos mutila y destruye.
Mucho tiene de espartano este pueblo que se hizo fuerte entre vigilias y holocaustos, sin detenerse sobre las cruces de sus infortunios, de no ser para sacar fuerzas en busca de un destino superior. Borradas las cenizas, aparece ahora un futuro promisorio. Conforme fueron cayendo las casonas de bahareque para ser sustituidas por modernas construcciones, sus moradores se impusieron la tarea de desarmar las viejas estructuras para fundir la ciudad contemporánea que no puede conformarse con la antigua calle real, ni con plazas adormecidas ni con los comercios sosegados. Hoy es el centro febril que se expande todos los días y que conquista, a golpes de progreso y con la mira en alto, nuevos tramos de urbanismo.
De aquella quieta aldea surgió la pujante ciudad de hoy, una puerta siempre abierta para el forastero. Los conquistadores antioqueños, que un día desafiaron la braveza de la montaña para descubrir este Quindío próspero e intocado, inyectaron una raza de temple que aprendió la hospitalidad como la primera herramienta de trabajo. Gentes venidas de todas las regiones del país saben que en Armenia no se conoce el egoísmo, de no ser para progresar.
El albergue, la cama franca, la mano amiga son aquí tan naturales como el aire que corre transportando aromas cafeteros. La cordialidad se respira desde el primer momento, porque el quindiano no ha tenido tiempo de veleidades.
Mientras en otros sitios el regionalismo es atrofiante, en el Quindío todos somos bienvenidos. Es esa la primera virtud de una comarca que no quiso encerrarse entre linderos estrechos. En Armenia las puertas son amplias y no se permite que nadie las cierre. Aquí el cielo es generoso. Sus ensoñadores paisajes son el patrimonio natural de una tierra pródiga. No es de extrañar, entonces, que con semejantes ingredientes no se avance con paso firme, y menos lo será presenciar el milagro final de un pueblo que habrá de llegar muy lejos.
Revista de los golfistas de Armenia (editorial), IV Abierto Cafetero de Golf, junio de 1979.
La Patria, Manizales, 2-VI-1979.
Revista Bancos y Bancarios, Bogotá, febrero de 1980.