El huevo apocalíptico
Por Gustavo Páez Escobar
La Tebaida, sosegado municipio quindiano, respira café por todas partes. En sus tierras no se ven lugares ociosos. Sus habitantes se acostumbraron a convivir con las matas reverdecidas por la abundancia, en las buenas y en las malas épocas. Ahora, en la destorcida cafetera, el grano legendario continúa desfilando con igual decisión que en los tiempos de la mejor bonanza. El cafetero, elemento de resignación y fe inquebrantable, no se deja desconcertar en la adversidad.
En La Tebaida acaba de aparecer un huevo apocalíptico. Así lo bautizó algún periodista, a falta de otra definición. Y la noticia le dio la vuelta al mundo. No era para menos, si la leyenda del huevo anunciaba el fin del hombre: «Juicio final. Arrepentíos. Dios». La gallina cacareó con sonido diferente, porque había puesto un huevo predestinado.
De un momento a otro se alteró la paz de la dormida vereda y los habitantes dejaron de pensar en el descenso de los precios cafeteros. El fin del mundo estaba próximo. Los astrólogos, las pitonisas y los charlatanes podían equivocarse, no así una ignorante gallina que había sido utilizada para transmitir el mensaje divino.
El huevo fue transportado, con reverencial asombro, ante el párroco de La Tebaida. Ya los cables comenzaban a revelar algo insólito, digno de la atención universal. Y La Tebaida, el tranquilo municipio situado a veinte minutos de Armenia (Quindío, Colombia), se convirtió en noticia mundial. Los campesinos dejaron sus surcos y corrieron a la humilde casa en precipitada romería. Todo a la redonda se palpaba misterioso, tocado de la palabra de Dios. Las marchas se volvieron incesantes, y no solo de gentes del Quindío, sino también de los departamentos vecinos. Algunos llegaron con costales y regresaron con tierra. A Piendamó se iba con frascos y se volvía con agua bendita.
Esta maravillosa tierra cafetera no sólo produce divisas internacionales, sino también leyendas. Por algo los quimbayas nos dejaron tantos misterios escondidos. El párroco de La Tebaida, ingenuo o guasón, y perdóneme su reverencia, se limitó a levantar un acta y luego restituyó el cuerpo del delito. Y el cuerpo del delito desapareció.
Esta es la historia de los huevos prehistóricos, de los piendamós, de las vírgenes fugaces, de las aguas milagrosas…. Los charlatanes abundan por todas partes. Cuando no consiguen auditorios, escriben mensajes. Hay «videntes» que con increíble precisión saben lo que le ocurrirá a usted en materia de negocios y de amor, y le asaltarán el bolsillo, si usted cree en huevos apocalípticos. Se confía más en los charlatanes que en la ciencia. Los curanderos montan pingües ganancias con el condimento de rezos y supercherías. Los amuletos, las plegarias, los brebajes llegan a todas las capas sociales. Hay quienes se burlan en público, y en secreto veneran sus fetiches.
La explotación del candor es una floreciente industria que no paga impuestos. Logra agazaparse en cualquier sitio, porque la ignorancia no se defiende. Los yerbateros, con ribetes de «naturalistas», hacen de las suyas en los mercados abiertos de la credulidad y la majadería
En el caso del huevo quindiano démosle honor a quien logró publicar en letras mundiales el nombre de La Tebaida, quieto y simpático municipio productor de café que no sabía de gallinas escritoras. El bromista se reirá de su inocentada, de pronto con cierto dolor por no haber podido vender moronas de tierra a precios de ingenuidad, como en Piendamó se vendió el agua más costosa del país. Los quindianos, que ya se dejaron ilusionar por una ficción cafetera, no creen en huevos sobrenaturales, y por eso alguien se comió el de marras, con todo y leyenda.
La Patria, Manizales, 2-IV-1979.