El drama del Quindío
Por: Gustavo Páez Escobar
Se niega la razón a entender que existan seres humanos capaces de asesinar a sangre fría y sin saber por qué a cuatro damas quindianas que dormían ajenas a toda fatalidad en el sosiego de un predio rural. ¿Bajo qué instintos, que no sean los de la bestia, puede oprimirse un arma, hasta vaciarla, contra una tierna e inmaculada niña de trece años que de rodillas pedía clemencia para su papá, sin sospechar que las balas la dejarían quieta, con la plegaria en los labios?
La bestia, aun en su estado más irracional y sanguinario, se hubiera detenido, pero no lo hicieron estos monstruos escapados de los infiernos, y es posible que de más hondo.
Cuando personas pacíficas y trabajadoras, y exponentes además de acrisoladas virtudes morales y ciudadanas, caen sacrificadas por una horda de vulgares criminales, deja de ser el drama de una familia o de una región, para convertirse en un duelo del país. Es la sociedad la que ha sido agredida en sus más nobles sentimientos, y por eso existe el justo derecho de levantar la voz airada y pedir el más duro de los castigos para quienes con actos tan alevosos y tan despiadados disponen de vidas inocentes.
El Quindío, región atormentada en otros tiempos por la violencia, no había conocido un drama tan sensible como el que ahora nos aflige. No se sale aún del asombro y la consternación, ni siquiera después de sucumbir entre las balas de la justicia dos de los cabecillas, uno de ellos el que ultimó a las damas y a la niña y que, no saciado en su sed animal, disparó por última vez contra los representantes del orden, antes de ahogarse en su propia sangre y en su propia iniquidad.
Esta acción de las autoridades resulta tranquilizadora por lo oportuna y ejemplarizante. Por todo el Quindío y también en el país se siente un alivio, y está bien que ello ocurra pues no es posible que la recobrada paz de la región la alteren unos extraviados maleantes que bajo el embrutecimiento de la marihuana, y al impulso de rastreros apetitos, pretenden apoderarse de lo ajeno, porque son incapaces del trabajo honrado, sin importarles en absoluto la vida humana. La gente aplaude la eficacia demostrada por las autoridades y confía en que pronto serán reducidos a la impotencia los demás miembros de la pandilla.
El Quindío, flagelado en otras épocas por los odios políticos, no admite tampoco la violencia común. Se trata, sin duda, de repugnantes raterillos que en lugar de engancharse en las cuadrillas del trabajo digno, prefieren las del vicio y el hurto, con licencia para matar. Licencia que ellos mismos se conceden en sus maquinaciones tétricas y en sus mentes diabólicas. Es de esperarse que la Brigada y las fuerzas policivas aumentarán sus efectivos y reforzarán sus maniobras para limpiar los campos de elementos indeseables y garantizar la vida sin sobresaltos.
Como epílogo de este salvajismo quedan unas familias respetables heridas por hondas tribulaciones. Para ellas los daños son irreparables, así continuara la ley del talión depurando el ambiente de estos monstruos que no pueden vivir en sociedad, si no es para desarticularla.
Cuánto duele que seres justos se conviertan en víctimas de un destino tan horrendo como inexplicable. Todos sentimos como propias estas embestidas de la suerte y estamos solidarios con la desgracia que golpea a la misma sociedad. En los anales de Armenia quedará vibrando para siempre, y ojalá que para reprimir la corrupción y el vandalismo, este insólito suceso que cubrió de luto no sólo a unas familias sino a una colectividad que merece respeto. Pero como al fin y al cabo las fórmulas de Dios son insondables, y en ellas creemos, esperamos el peso de la justicia. «Con la misma vara que midieres, serás medido», son palabras bíblicas.
La Patria, Manizales, 21-II-1979.
El Espectador, Bogotá, 28-II-1979.
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Noticia:
Esta tragedia tuvo lugar el sábado 11 de febrero de 1979. Uno de los antisociales fue muerto por el mayordomo cuando la cuadrilla de antisociales irrumpió en la finca a eso de las doce de la noche. El 18 de febrero, cinco hampones fueron muertos en distintos lugares al oponer resistencia a las fuerzas del orden. Otro quedó herido de gravedad, y dos más fueron capturados y puestos a órdenes de la justicia.
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Mensaje al columnista:
En los últimos días he tenido oportunidad de leer dos comentarios tuyos sobre nuestra familia. El primero de ellos en elogio para Óscar y el segundo sobre la absurda tragedia que nos ocurrió. Debo expresarte en mi nombre y en el de mis familiares nuestros sinceros agradecimientos. Ariel Jaramillo Jaramillo, Bogotá.