Adel y su Gloria
Por: Gustavo Páez Escobar
Toda una vida consagrada a la literatura otorga a Adel López Gómez el titulo de maestro. El distintivo de maestro, reservado en otras épocas a los peritos en las distintas ramas del saber humano, está hoy degradado por el abuso. Ahora se le dice maestro a cualquiera y por el hecho más simple. El poetastro que acaba de pecar contra la estética al publicar un sartal de sandeces que nadie leerá, queda graduado como maestro. También es maestro el novelista ingenuo con voracidad de triunfo prematuro. Y lo es el cuentista aventurero, y el músico desentonado, y el emborronador de lienzos, y el comediógrafo barato, y hasta el diablo.
Como ironía, ha perdido esa distinción el más auténtico de los maestros, el que enseña las primeras letras, no sólo porque se acabaron los maestros, sino por no conformarse el de escuela con ribete distinto al de profesor o catedrático.
Pero el maestro Adel López Gómez… ese sí es maestro. Dueño de ejemplar lenguaje castizo, sobresale como uno de los escritores más fecundos y más notables, autor de cuentos de inspiración campesina e intérprete de costumbres y paisajes vernáculos que traslada a su amplio público en amenas notas periodísticas, convertidas en cátedra del buen decir. Desde su columna diaria de La Patria ha recorrido distancias que ya no es posible retroceder, para orgullo de las letras y premio a sus esfuerzos.
Hoy mirará el escritor esas correrías desde la cima de su gloria, con la emoción del caminante aprovechado que fue sembrando vientos de amor y esperanza, de frescura y ensoñación. Los personajes de sus obras están pegados a la tierra como seres de la esencia misma del hombre que ama, que odia y vive entre gozos y penas.
Infatigable en la búsqueda estética del hombre, ha hecho de lo cotidiano y lo trivial el canto de cada día. Pule su inspiración con pulso de cirujano y ennoblece lo prosaico con toques de genialidad. Pocos logran una trayectoria de tan marcada perseverancia y tan brillante destino Huésped de los periódicos y las revistas más prestigiosos de Colombia, la pluma docta de Adel López Gómez es como un penacho de esta nacionalidad nuestra que se precia de su vocación humanística, la mayor embestida contra las asperezas del rudo vivir.
Penetre usted, maestro, a los nimbos de la inmortalidad de manos de sus personajes. Son ellos los que lo empujarán –y el día esté lejano– al cenáculo de los convidados de la gloria.
Cuando José Restrepo Restrepo, director de La Patria, recoge como «homenaje de admiración y aprecio al maestro y al amigo” algunas de las colaboraciones con que Adel ha enaltecido la existencia de uno de los periódicos más selectos de Colombia, se siente envidia por el maestro. La sandalia y el camino, un certificado de buen comportamiento en las letras, es mensaje de honda amistad.
En feliz encuentro con el maestro y el amigo, y al amparo de la hospitalidad de Eduardo Arango Palacio, personaje entrañable de los libros y la vida de Adel, acabamos de compartir con mi mujer, en la frescura de estos predios quindianos de tan plácidos atardeceres, gratos momentos de efusión. Es admirable la plenitud física de quien, pletórico en sus años intensos, mira atrás sólo para nutrirse de vivencias, al lado de la amantísima compañera de todas sus travesías.
También se hallaba en la tertulia Ramón Londoño Peláez, otro báculo del maestro, eximio hombre público que un día, como gobernador de Caldas, fundó la biblioteca de autores caldenses, con la asesoría y la presión de Adel como jefe de la imprenta oficial.
Y como trasfondo de la tarde campesina, estaba la dicha del escritor de vientos y atajos quindianos, el creador de amores y reyertas comarcanas, este Adel López Gómez que transita sereno las luces del otoño, con la gloria en los ojos y en el corazón. Gloria, la hija dilecta, es su galardón y su mejor conquista. La fiel discípula, ya con nombre propio como escritora de limpio estilo, puede rubricar la obra de quien le transmitió la ternura humana y la talló a su gusto como prolongación de sus venas y de su estirpe literaria.
La Patria, Manizales, 22-X-1978.