El escritor y el periodista
Por: Gustavo Páez Escobar
Un buen amigo a quien siempre escucho aconseja al escritor no dejarse manejar de la urgencia. Es el mal de la época. Con lo cual estoy identificado. Cincuenta años atrás se hacía un periodismo pausado y pensante. El tiempo permitía repasar y pulir con mayor escrutinio. Una página era sometida a implacable ejercicio de moldura, de dicción, de obra artesanal. Tanto era el afán de perfección, que a veces se llegaba al perfeccionismo, un extremo que traiciona al escritor.
Don Luis Cano, maestro de periodistas y escritores, cincelaba cada editorial con paciencia de orfebre. Sus escritos son modelo de periodismo ejemplar. Se vivía entonces bajo la tutela del país gramatical donde la mala dicción desentonaba, y el estilo, que tanto se ha perdido en nuestros días, era rótulo de categoría.
En épocas recientes, Gilberto Alzate Avendaño sudaba los editoriales que al día siguiente sacudirían la opinión del país. Era el suyo periodismo cerebral, henchido de ideas. Dueño de prosa florida, jugaba con la retórica y desgranaba adjetivos ondulantes que debían encajar en forma precisa, o de lo contrario eran sacrificados.
Silvio Villegas se desempeñaba con garra, con nervio, con alma de poeta. Desde La Patria de Manizales escribía en tono magistral para la amplia audiencia que disfrutaba de su prosa original y combativa, lírica y refinada. Ya en sus últimas jornadas se sentía aprisionado por el periodismo y buscaba el reposo de la biblioteca, luego de haber vivido la pasión del tribuno y la lisonja del diplomático. Se proponía iniciar las memorias que la muerte le frustró. Su verdadera vocación la suponía en el quehacer literario, aparte del afán editorial del periódico, donde pudiera enhebrar sus ideas con calma y delectación, superadas las angustias de la escritura veloz. Como paradoja, su mejor obra la escribió de afán.
Dostoievski realizó su novelística inmortal acosado por los usureros y agobiado por dolencias físicas y espirituales. Pienso que el escritor necesita cierto desasosiego como acicate para herir su mundo interno. La comodidad y el exceso de reposo no son los mejores tónicos para la producción.
En el campo alternado del periódico y el libro se han movido no pocos de nuestros ilustres hombres de letras. Para Eduardo Caballero Calderón el periodismo restringe y desvía la calidad del escritor. Los temas se tocan al vuelo, sin mayores contornos, dentro de las exigencias de un público que va de prisa y que quiere notas breves para llenar la curiosidad de cada día.
Hay quienes piensan lo contrario. Al no permitirles la velocidad del tiempo y el cerco de las preocupaciones sentarse a escribir un libro continuo, alejados del bullicio, van estructurando entre líneas de corrido las dimensiones de una obra a largo plazo. Tal el ejemplo de Luis Tejada, que se propuso escapar de lo circunstancial y lo efímero para fabricar breves ensayos que resistieran la embestida del tiempo. Sus Gotas de tinta, vertidas en El Espectador y trabajadas con minucias y mira elevada, son tratado de periodismo ágil y profundo.
José Umaña Bernal, esteta y cirujano de la palabra, trabajador nocturno y mañanero de duros rigores, huyó en sus Carnets de lo transitorio, lo provisional y lo inauténtico. En su columna de El Tiempo fue recorriendo, paso a paso, largas travesías.
Surge la pregunta intranquila: ¿La gente prefiere el libro o el periódico? ¿O no le interesa ninguno de los dos géneros?0 Se llega al momento de la gran interrogación y es saber para quién se escribe. El mundo es hoy ligero y se aparta de los libros pesados. Prefiere la nota rápida. La idea debe llegar escueta, pero expresiva. Lo importante es transmitirla con gracia y simplicidad. Lo único que no perecerá es el estilo.
¿Se estará perdiendo el tiempo en la fugacidad del periódico? Desde luego que no, si hay estructura para pensar. Se puede ser escritor perdurable en las glosas dispersas que con el tiempo unirán un itinerario intelectual. El periodista debe ser, por esencia, escritor. No siempre lo es. El buen escritor supone un buen periodista. La fórmula ideal está en la fusión de ambas calidades.
Se conciliarían todas las corrientes con dos puntadas finales. La obra que mucho se piensa, que se trabaja con demasiadas exigencias, a lo mejor nunca se termina o no se entiende. Y es de pronto el articulo de urgencia, del afán cotidiano, que escarba aquí y allá, el que perdura. Creo que el arte no consiste en tratar temas profundos, sino en presentarlos con novedad. Cae al dedillo el consejo de escribir de prisa y con emoción, para luego corregir despacio.
El Espectador, Bogotá, 20-VII-1978.
El Pueblo, Cali, 23-VII-1978.
Aristos Internacional, n.° 44, Alicante, España, agosto/2021.