De Alirio Gallego Valencia
Palabras de Alirio Gallego Valencia al ser entregada a Gustavo Páez Escobar la medalla «Eduardo Arias Suárez» (Calarcá, 19 de junio de 1974)
Al calor de una sincera amistad nacida del común afecto a los libros, me huelgo en llegar a Calarcá, periódicamente, a gozar de su paisaje, de su clima, de sus gentes y de su belleza, que la mantienen en un especial sitio de la patria, como si fuera un trono andino propicio para coronar luminarias; este holgar, por la generosa misión de la Oficina de Extensión Cultural, al mando de don Humberto Jaramillo Ángel, me trajo también esta noche, para decir al Quindío y a Colombia que la Villa del Cacique mantiene su tradición hidalga en este campo de las letras cuando recuerda a un cuentista como Eduardo Arias Suárez y lo enaltece y lo sublimiza sobre el pecho de los caballeros que reciben la medalla al Mérito Literario que lleva su nombre.
Ejerzo entonces un grato encargo, en nombre de la entidad que apersono. Colocar sobre el noble corazón de otro amigo muy caro la medalla «Eduardo Arias Suárez», por mérito a sus altas ejecutorias en las letras nacionales y su aporte al conocimiento de nuestra región en el ámbito patrio: Gustavo Páez Escobar, novelista, ensayista, sociólogo y cuentista de altos quilates, a quien otros seguros triunfos le esperan.
De excelente imaginación, crea novelas de ambiente moderno, profundo sentido social, mordaz crítica, fina ironía y buen gusto literario. Forja personajes de fuerte atracción, los moldea, los hace vivir y analiza síquicamente contrastándolos con ciertos cuadros antagónicos que, o se adivinan, o resultan protuberantes en la trama de sus cuadros, todo analizado y dicho con tierna sencillez y vocabulario muy castizo, sin recurrir a cierto precario lenguaje empleado por escritores que para conseguir fácil favor entre jóvenes aficionados, utilizan el vocablo ordinario, por ser este el camino sin abrojos que los sitúa en la efímera gloria.
En el cuento, Páez Escobar tiene ciertas reminiscencias waldianas en la intención y en el gracejo delicado y sutil; es un esteta, un orfebre de la palabra, un estudioso sistemático, un auscultador del mundo viviente; busca febril el tema, lo analiza, lo encausa en sus efectos y brinda a sus lectores fábulas de contenido universal, que son, en mi sentir, una de las condiciones imprescindibles del cuento como género clásico. Esta universalidad, tan difícil de alcanzar, puede obtenerse en una sola obra, aun en un fragmento, y me consta que Gustavo la busca con deleite de esteta consagrado, pese a sus innúmeras ocupaciones habituales.
He aquí otra de las cualidades y virtudes del escritor. Quien desee serlo, ha de ejercer la paciencia, disponer del tiempo indispensable, como el artista, asceta muchas veces, hasta lograr la línea final de su perfección, que nadie sabe cuándo ha de encontrarla.
Qué dilema trabajar con la palabra: recuerdo a Ovidio, en el destierro, deambulando por las arenas del mar, cuando un pescador de ignotas tierras le preguntó su nombre para imprecarle que quien trabajaba con la palabra como él lo hacía con la red, estaba obligado a defender al pueblo.
Vale decir que en manos del escritor reposan compromisos de ineludible valor: encausar y dirigir, analizar y criticar, informar, deleitar, escribir la historia, hacer la revolución, agitar las ideas, ordenar el pensamiento, ejercer sobre los demás su tremenda influencia para que el mundo repose sus ansias y calme sus angustias, reivindique sus aspiraciones y consolide sus conquistas.
Todo esto conlleva el arte de escribir, de trabajar con la palabra. La palabra, cuyo profundo significado socava un régimen, exalta una teoría, derrumba un prestigio, o fabrica una gloria. Todo esto indica, no podría ser de otra manera, que el escritor ha de poseer calidades y cualidades de especial importancia para ejercer su misión de cultura que es, propiamente hablando, la integración reguladora y mejoradora del elemento anormal, que para nuestro campo es lo acultural. Debo insistir sobre la necesidad de volver al humanismo integral, a la adquisición del conocimiento total, casi de la sabiduría, para ostentar plena autoridad en el campo intelectual.
Recibe usted, con la condecoración que de hoy en adelante lucirá en los estrados literarios, la enseña que Calarcá y su Oficina de Extensión Cultural le entregan para que mantenga en alto la tradición y prestigio de las letras colombianas.
Que su aporte futuro en este campo enriquezca el acervo cultural de la región y acreciente su prestigio de escritor connotado.