Desuso de la moral
Por: Gustavo Páez Escobar
¿Estaremos perdiendo el tiempo quienes escribimos en bien de las costumbres sanas? ¿Sí habrá quienes nos lean en medio del fragor de estos tiempos convulsos donde se antepone, al sentido ético de la vida, el goce de la concupiscencia, y a la dignidad del hombre, el imperio de la ordinariez? En los periódicos en general, y sobre todo en los que hacen de su misión de guías una cátedra constante de la moral, tienen cabida opiniones sensatas que buscan el freno de los vicios. Habría que establecer hasta dónde el grueso público, dado más a la pasión del deporte o a la columna cursi, se interesa en realidad por la crítica social.
Sobre mi reciente artículo Crisis del carácter recibí dos menciones que vale la pena referir. La una, expresada en términos calurosos, me animaba desde Bogotá a continuar combatiendo la sinrazón del momento actual y se adhería con decisión a las tesis expuestas. Otro estímulo me lo proporcionó, aquí en Armenia, un intelectual siempre pendiente de mis fugaces comentarios y quien, moralista también, además de efusivo en la amistad, me hizo sentir hasta vanidoso por los que él califica como enfoques afortunados.
Vino luego cierto desconsuelo al asegurarme él que la moral ya no se usa. ¿Que no se usa la moral? ¿Acaso la moral es como un traje de ponerse y quitarse? Me quedé meditando en este juicio que me resistía a admitir como una verdad redonda.
Sí: la moral está de capa caída. No cae tan de sorpresa esta aseveración cuando se tiene que admitir que lo corriente, lo que sí se usa, es la deshonestidad. Este columnista, modesto glosador de lo cotidiano y que gusta cabalgar a contrapelo de la extravagancia, por más usual que esta sea, se sorprende cuando se encuentra en el salón social o en la mesa de negocios con personas que se suponen importantes y que viven ausentes de principios, pero bien enteradas de ridículos sucesos parroquiales.
Avergüenza confirmar que ser ciudadano honrado ya no es ningún atributo para el común de la gente, empeñada en la conquista de bienes fáciles y en la negación de las virtudes. Tal parece que existe un propósito estimulado por el afán de enriquecimiento a como dé lugar, que embiste contra lo sano para inyectar, en cambio, el desenfreno y la demencia. En un medio donde al vicio se le riega incienso y a la virtud se le relega como artículo pasado de moda, las voces que se oponen al libertinaje y a la corruptela se ahogan en el alboroto de la vida frívola.
El ciudadano de bien es mostrado con el índice como elemento digno de lástima. A las posiciones se llega en plan de rapiña. No importa que haya incompetencia para ejercer el cargo, si para saquear los bienes ajenos solo se necesitan uñas de ladrón. Cumplido el atentado, se levanta el vuelo con aire arrogante, como si se hubiera realizado una proeza, y el autor logra encontrar un puesto vistoso en la sociedad, porque el olor a dinero abre sitiales y borra pasados oscuros.
Quien labora en silencio y con pulcritud es ignorado, cuando no menospreciado, por no haber aprendido a defenderse —porque a tales extremos hemos llegado— con la audacia y el desparpajo de los farsantes. No hay castigo para el delito, y cuanto más se enriquezca la persona, mayor nombradía adquiere.
Lo difícil es ser honesto, cuando el medio ambiente está corrupto. Quien no haga dinero de afán y con maniobras audaces es considerado como un inepto. Hay que poseer rápido casas, joyas, automóviles, chequeras, orgías…
Pero eso de que la moral ya no se usa… ¿Acaso con dinero se puede sustituir la moral? ¿No será preferible pasar por bobos, como se dice cuando no abundan las comodidades, a dejar un patrimonio limpio a los hijos, que no lo tumbe la inconsistencia de la vida fácil? Si no se usara la moral, no habría tantas voluntades rectas y asqueadas que protestan contra los desafueros.
Si el ambiente sano se desmorona, falta una campaña implacable para hacer valer a los honestos. ¡Tamaña tarea la que debe realizar el próximo Gobierno si aspira, como lo pregona, a implantar la decencia en este país de traficantes!
Solo cuando se vea derrotada la tendencia al hurto, a la rapiña, al peculado, al tráfico de influencias, al saqueo del patrimonio físico y espiritual de nuestra Colombia descuartizada, volveremos a tener confianza en el destino. Y si la moral ya no se usa y la gente prefiere las fruslerías, nos consolaremos con que no sucumba el último justo. ¡Y que venga un Gobierno capaz de redimir el destrozado tesoro que pretendemos entregar a nuestros hijos! Pensaremos, entonces, que no hemos perdido el tiempo martillando en la conciencia de lo que más queremos.
El Espectador, Bogotá, 6-VI-1978.
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Comentario:
Tu artículo llena de orgullo y optimismo a quienes aún creemos en valores eternos e inmodificables. Adelante, que tu lucha no es en vano. En el país muchos te leemos, respaldamos y aplaudimos. Alfonso Bedoya Flórez, MD., Isa de Bedoya, La Dorada (Caldas).