La Gabriela: símbolo navideño
Por: Gustavo Páez Escobar
Todo era alegría en el barrio La Gabriela, del municipio de Bello. Eran las 2:30 de la tarde. Ese día se habían realizado las primeras comuniones programadas para diciembre. En un quiosco de la Calle Vieja, varios padres de familia celebraban el suceso bajo el consumo de las cervezas o los aguardientes que no pueden faltar en los festejos. Sonaba una música vallenata.
De repente, todo quedó alterado por el bramido de la tierra. Una avalancha de lodo, rocas y bultos de escombros se precipitó desde lo alto de la montaña y en minutos sepultó 35 casas y a la mayoría de sus moradores. Alguien cuenta que sintió una fuerte explosión, sin saber qué sucedía, y entró por su casa un penetrante olor de humo.
Leonor García, otra de las sobrevivientes, vio que sus dos hijas, de 15 y 17 años, desaparecían bajo toneladas de tierra. Trece familiares más corrieron la misma suerte. Ella llora la tragedia en absoluto mutismo, incapaz ya de decir en palabras lo que siente su alma destrozada.
El país se paralizó con esta noticia dantesca que da cuenta de la desaparición de más de 120 habitantes de aquel endeble barrio de invasión. Hasta el momento se han rescatado 44 cadáveres, y de ellos se enterraron los primeros 11 en un funeral comunitario que ha estremecido a Colombia. Los operativos de rescate tuvieron que suspenderse hoy miércoles 8 a las 10 de la mañana, por haber arreciado las lluvias.
A pesar de la contundencia del desastre, todavía hay familiares que confían en que sus seres queridos sean rescatados con vida. No se retiran del lugar, a pesar del peligro que encierran aquellos montes deleznables. Es la esperanza inútil que siempre se conserva hasta última hora. Es la esperanza mustia de quienes todo lo han perdido y buscan un milagro en medio del desamparo.
La Gabriela yace en un cementerio de barro. Es un hecho similar al de Armero, guardadas las proporciones respecto al número de muertos, pero con idéntico dramatismo en cuanto al dolor sufrido por las personas castigadas por la fatalidad. En Armero desapareció un pueblo entero, y en Bello se esfumó un barrio entero, a merced, en ambos casos, de la furia de la naturaleza.
En ambos casos se trata de tragedias anunciadas. En medio de esta hora de terror, algún líder del barrio comenta que la junta de vecinos había denunciado a las autoridades de Bello los peligros en que vivía la comunidad por causa de la escombrera y el lavado de carros, establecidos en la parte alta del monte. La filtración de agua desestabilizaba el terreno desde mucho tiempo atrás. Hasta que sucedió lo que tenía que suceder.
La Gabriela es un doloroso símbolo navideño que hiere lo más hondo de la sensibilidad nacional. Se suma a la catástrofe que se ha recrudecido a merced de las torrenciales lluvias que no cesan, y que dejan más de cien muertos y cerca de dos millones de afectados. El país respalda la cruzada que ha iniciado el presidente Santos para conjurar la emergencia y llevar alivio a los miles de colombianos agobiados por la adversidad.
Nunca en Colombia se había visto un desastre similar. El mundo entero sufre los estragos causados por el maltrato del planeta. La naturaleza, que es un ser vivo, sufre y también toma venganza contra el hombre depredador de estos tiempos. La insensatez de gobernantes que se resisten a implantar medidas enérgicas para la conservación de la ecología conduce a la humanidad a su destrucción.
Ante el diluvio universal que alarma hoy al planeta, y ante la contaminación del espacio que ya no deja respirar, ojalá se tomen medidas de simple sentido de supervivencia que hagan enderezar el rumbo equivocado. ¿Por qué no aceptar que tragedias como las ocurridas en todos los ámbitos de la Tierra están revestidas de signos apocalípticos?
El Espectador, Bogotá, 9-XII-2010.
Eje 21, Manizales, 10-XII-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-XII-2010.