Regale un libro
Por: Gustavo Páez Escobar
Parecerá fuera de lugar invitar a los colombianos a que en esta Navidad regalen un libro. En momentos como los actuales, intoxicados de política, falta matizar la insipidez diaria con buenas lecturas. No hay que culpar demasiado a los periódicos porque sus espacios estén saturados de política y tengan que sacrificar, en aras de las vehementes jornadas de la hora, otros temas que no giren alrededor de la política. Tal es la divisa actual.
El colombiano amanece oyendo hablar a los políticos y se duerme con la última proclama de su candidato. Los periódicos destilan política. Les corresponde defender en sus columnas las posiciones ideológicas que les dictan sus principios. No hacerlo sería desubicarse dentro de una campaña que marcará la suerte de los colombianos para varios años.
Colombia, hay que reconocerlo, es un país pensante. Puede que los dardos que se lanzan desde la plaza pública, no todos nobles, y la mayoría airados, le estén causando daño al país, pero el colombiano sabe distinguir el lenguaje fino del atrabiliario. Y se propone buscar la mejor fórmula de las sometidas a su meditación. La efervescencia de la palabra rebota en los órganos de opinión, y estos se convierten en puente inevitable para transmitir las consignas que se gritan desde todos los escenarios de la contienda.
La fiera política, suelta por todos los caminos de la patria, mantiene cautivo al país. El tema obligado es la danza de los candidatos. Estos se enardecen, se sulfuran, se ofenden mutuamente. Cada cual se esfuerza por hacerse sentir más. Hay promesas de todos los matices, algunas tan halagadoras, que el pueblo desconfía de ellas. El colombiano raso, que mira con escepticismo y con temor este caldo politiquero, trata de discernir el futuro donde encuentre menos demagogia y más probidad. Donde vea más capacidad y menos embeleco. Y lo conseguirá.
Me salgo un poco del tema, pero es necesario hacerlo. Pico apenas la epidermis política del país para proponer que en el receso obligado de diciembre los colombianos regalen un libro. Todos deseamos dejar de hablar de política, así sea por días efímeros. El colombiano no quiere seguir alimentando, en el mes de las burbujas, la fiera que anda desenjaulada.
Un buen libro para este diciembre turbio y apretado quizá sea la pausa que hace falta. Será una manera de desintoxicar la mente. Los políticos se merecen un descanso reconfortante. En esta forma nos permitiremos los colombianos una tregua para pensar con mayor lucidez en los problemas públicos durante la contienda que habrá de ser más fogosa a partir de enero.
La gente no sabe qué regalar en diciembre. Los catálogos están vapuleados por la inflación. Muy pocos –casi nadie– se acuerdan de regalar cultura. Se prefiere la ofrenda vistosa, por más inútil y empalagosa que sea, al verdadero gesto de amistad. En diciembre se necesita más solidaridad que formulismo. Todos buscan objetos al alcance del bolsillo, pero pocos los compran.
Nuestras costumbres sofisticadas no nos permiten cambiar la tradicional botella de licor, a veces adulterada, por un libro. Un libro cuesta cinco o diez veces menos que un whisky sin estampillar, o más de diez veces que uno estampillado. Pero hay gente que prefiere atacar el hígado en lugar de vitalizar la mente.
El país necesita cultura. Y esta cuesta menos de lo que muchos sospechan. La cultura es un ejercicio diario y una constante disciplina. Puede conseguirse más cultura en un libro bien digerido que en largos años de frivolidad universitaria. No digo nada sensacional al afirmar que un libro nunca sobra.
Entre las páginas amarillentas de un libro que ha resistido el rigor de los años suele uno encontrarse con la sabiduría intacta del tiempo y con el aroma del recuerdo. Cambiar, en el momento, la política por un libro, será “la pausa que refresca».
La Patria, Manizales, 14-XII-1977.
El Espectador, Bogotá, 19-XII-1977.