Bajo la piel
Por: Gustavo Páez Escobar
Omar Morales Benítez, escritor como sus hermanos, es además eminente jurista que alterna su profesión con el ejercicio de la narrativa. Diez cuentos breves y de profundas dimensiones, enmarcados en itinerarios de angustia, transmiten el grito del hombre asediado por la desesperanza.
Son cuentos de dolor que pintan la tragedia de un mundo contradictorio que cerca al individuo de toda clase de frustraciones y penalidades, mientras en el horizonte apenas se otean lloviznas con pocas claridades. Refundido entre brumas se percibe la presencia del pueblo solariego que entrecruza sus caminos para empujar la soledad.
En cada uno de los relatos se siente, se palpa la brusquedad de la vida. El hombre, perdido en un laberintos de odios, lágrimas y lacras sociales, no quiere encontrar la salida. Todo lo torna caótico y torturante. De pronto, una luz en el camino trata de redimirlo, pero tal parece que el mal se emponzoñara para crear tinieblas.
Omar Morales Benítez, cuentista afortunado que fabrica con intención el caos del mundo confuso, consigue el propósito de entretejer bajo la piel el drama de la sociedad adolorida. Los caminos de sus personajes se deslizan por pedregales insufribles, y el horizonte, siempre sombrío, oscurece la mirada. Canes asustados, machetes relucientes, botas agresivas, jirones de piel que se desgarran y se estremecen, brotan en la contienda del hombre lobo.
Son figuras que hieren el espíritu y piden justicia. El autor, que por jurista comprende la sinrazón de tanto desequilibrio, se apodera del ánimo de su lector para situarlo en el campo de la desesperación, del dolor a secas, donde las heridas se abren como con un machetazo en la conciencia. Y no se crea que es libro desolado y estéril, sino todo lo contrario: acusador y justiciero. Quizás el autor escarba en la intimidad do sus propias incursiones de jurista para redimir, con sus códigos y sus convicciones humanistas, la tragedia que circunda su bufete.
Nada distinto hizo Balzac con los desechos humanos de su época, hasta legarnos un código ético en medio de miserias y podredumbres. «A quienes me acompañan en el duro ejercicio de vivir», la dedicatoria del libro de Omar, es de por sí una sentencia y un clamor.
De los diez relatos, orientados todos en la búsqueda de amor y comprensión, me ha impresionado sobre todo el que lleva por título El espejo. El pobre beodo, lacerado por la amargura, tropieza en su torpe recorrido por calles inhóspitas con el almacén de espejos que lo muestran sin cabeza. Las imágenes bailan en delirio de carcajadas histéricas, de ojos chispeantes, de nervaduras crispadas, de diablos revueltos, y por más que el mísero borracho intenta descubrir su rostro, solo aparecen en los espejos escombros descomunales. Desesperado por el suplicio de verse descabezado, rompe el vidrio y lo destruye en mil pedazos. Los trozos despedazados hacen formar, ahora sí, el rostro nítido, que se multiplica tétricamente en miles de rostros, de rostros angustiados. Es el yo acusador que se levanta en la demencia del monstruo que no puede soportar su presencia.
No daño el relato al dejar para el lector que él mismo descubra la secuela. Pero no puedo privarme de la libertad de pregonar la maestría de este cuento de enorme impacto sicológico.
Bajo la piel es el testimonio de esta época golpeada por la ferocidad del hombre contra el hombre. No se trata de la constancia de protesta que tantos ensayan con repeticiones inocuas, sino de la afirmación de que el mundo, a pesar de sus fieras desencadenadas, puede recomponer sus vías tortuosas.
Y si las lacras se muestran con crudeza y al desnudo, existen por ahí, solitarias acaso, y por eso mismo vigilantes, lágrimas que no siempre son de dolor, sino también de esperanza.
La Patria, Manizales, 15-XI-1977.
El Espectador, Bogotá, 22-XII-1977.