Historia de una cañada
Por: Gustavo Páez Escobar
En el año de 1989 Armenia cumplirá cien años de fundada. En los dos años que faltan, la ciudad piensa organizar importantes actos para celebrar con solemnidad su efeméride.
Desde el año de 1963 una ley de la República autorizó al municipio para crear una lotería de un sorteo anual, cuyas utilidades se destinarían a la construcción de obras que resalten la presencia de la ciudad centenaria. El maestro Valencia bautizó a Armenia, cuando esta era apenas una diminuta referencia geográfica y no había llegado todavía a perfilarse como capital de departamento, como la Ciudad Milagro.
Así se quedó y ya nadie duda de que el pueblo que fue irguiéndose sobre las cenizas de una violencia implacable, es un verdadero milagro. Milagro de superación y de desafío para el país. Es la ciudad del futuro. Por lo pronto, es la adolescente que de un momento a otro rompió los moldes del villorrio y, al crecer aceleradamente, todo le ha quedado estrecho, como a las quinceañeras.
Una inmensa tarea
Mucho habrá que hacer para que la ciudad del futuro, esta Armenia ignorada por muchos colombianos que la confunden con un patio grande de café, quepa, sin desbordarse, dentro de los planos ambiciosos que desde ahora preparan sus habitantes, como buenos paisas –sinónimo de planeadores–, para el majestuoso centenario. Es, por ahora, una ciudad con las dificultades propias de la ciudad colombiana que emerge al porvenir esforzándose porque no le quede estrecha la ropa que dejó al volverse mayor.
Un fuerte capital
La Lotería del Centenario ha capitalizado hasta el momento cerca de $ 20 millones. La plata ha venido creciendo y multiplicándose, pero de manera dispersa. Y continuará aumentando, cada vez con mayor velocidad, en los doce años que faltan. Lo difícil, reza la sabiduría popular, es formar el primer millón.
De pronto llegó un Alcalde inquieto y emprendedor que descubrió el tesoro de Alí Babá. El doctor Alberto Gómez Mejía, joven dinámico y dueño de grandes virtudes ejecutivas –rara cualidad en la administración pública– se le metió al toro y logró, luego de no pocas dificultades y de los consiguientes sinsabores, que los billetes millonarios se destinaran a una finalidad concreta: un parque deportivo. Pero un señor Parque Deportivo, así con mayúsculas, para brindarle al pueblo una sana recreación en estos tiempos cada vez más sofocantes.
Trabajo en silencio
De tiempo atrás venía trabajando en silencio, mucho antes de la llegada de Gómez Mejía a la Alcaldía, otra inteligencia dinámica, la del ingeniero Diego Buriticá Baena. De un momento a otro sacó una maqueta muy bien estudiada y le propuso a la ciudadanía la construcción de un estadio sobre… una cañada. Esto puede sonar raro en otros sitios, menos en Armenia. Las depresiones geográficas de la ciudad forman hondonadas difíciles de rellenar y nada más acertado, según Buriticá, que aprovecharlas para encajonar un estadio, casi al natural, pues las graderías están prácticamente elaboradas. Habría una considerable economía, ya que se eliminaban los costosos movimientos de tierra. Escogió, además, el terreno preciso, con detenido estudio sobre la salida y recorrido del sol, para que el campo deportivo respetara las reglas del fútbol.
El “bombazo”
El ingeniero Buriticá lanzó el bombazo aprovechando la visita del presidente López Michelsen. Ni corto ni perezoso, situó la maqueta en el Club Campestre y consiguió que el doctor López se detuviera sobre el proyecto y expresara a su autor, como tenía que suceder cuando las ideas son originales, su franca ponderación.
Vendría después la letra menuda. La maqueta se expuso en sitio público y en pocos días toda la ciudad quedó enterada del proyecto. La batalla parecía ganarse poco a poco, pero casi se pierde. Algunas opiniones de la ciudad, que no siempre se escuchan pero que caminan por todas partes, lo mismo aquí que en cualquier población, comenzaron a boicotear la idea. Se decía en la calle que el proyecto no era cuerdo. Pero Buriticá estaba en sus cabales.
La solución, para andar rápido, consistía en descartar la cañada y pensar en el terreno plano. Para eso estaba nada menos que la tierra para una villa olímpica, adquirida años atrás y valorizada a una buena cantidad. Armenia, ciudad deportiva casi lo mismo que cafetera, será escenario del campeonato mundial de fútbol de 1986 y de los juegos nacionales de 1990. Desde ahora, como buenos paisas, los habitantes saben que no hay tiempo que perder. Los quindianos entienden que para haber llegado a ser departamento tuvieron que recordarle al país, a lo largo de varios años y por todos los medios, que el Quindío podía.
Largos debates
Sorpresivamente, las miradas se dirigieron a los terrenos de la villa olímpica. Vinieron largos debates políticos, acuerdos subterráneos, carreras de los concejales, especulaciones y rumores… En voz baja se comentaba que quienes defendían la villa olímpica buscaban valorizar tierras en las que se hallaban interesados. Pero no es el propósito de esta nota entrar en detalles, los que darían lugar para muchas páginas.
La maqueta del ingeniero Buriticá, así torpedeada, se vino al suelo, como quien dice, a una cañada. Todo caía, menos el entusiasmo de Buriticá. La radio lanzaba especies a toda hora, y en los cafés el comentario obligado era el estadio. ¡Estadio al desayuno, almuerzo y comida!
Un dirigente audaz
Se atravesó por aquellos días la posesión del nuevo Alcalde, un joven sin prejuicios y sin miedo que venía de la secretaría general del ICCE y que en su primera Alcaldía había peleado hasta con el obispo, lo que no solo es una manera de definir su temperamento, sino absolutamente cierto.
Le gustó la idea de Buriticá y se lanzó al ruedo. Discusiones por aquí, acaloramientos por allá, intereses creados más allá, y nada que la lucha se emparejaba. Los concejales tenían sus consignas. ¡Buriticá está loco!, se decía en los mentideros. Pero a la ciudadanía, juez supremo, le gustaba la cañada. Las emisoras comenzaron a echar corriente, como se define la locuacidad radial. Los periodistas empujaban entre bambalinas. Se notaba una decisión unánime de invertir los impuestos donde el pueblo ya había decidido. Los designios del pueblo son los designios de Dios.
Entre forcejeos, una madrugada el Concejo desvió el plan. La cañada, mientras tanto, seguía abriéndose campo. Sin embargo, se descartó el hoyo propuesto por Buriticá, por hallarse situado, según la opinión adversa, en zona inconveniente. Los urbanistas corrían de un despacho a otro, y los críticos de un café a otro, barajando posibilidades. Según las conversaciones, los chismes y las estrategias, Buriticá volvía a ganar puntos. Y el joven burgomaestre movía duro sus instrumentos.
¡Y triunfó la cañada! Se localizó otro sitio, con todo y cañada. Así, todos contentos. Dicen que hubo términos medios para conseguir el acuerdo. Lo importante había sido lograr ubicar el campo deportivo.
Nombre que no suena
Buriticá propuso que el estadio se llamara Juan José Rondón. Parece que lo van a derrotar, porque el nombre no «suena”. Algunos dicen que es mejor el de «Centenario». Hay personas que se preguntan si el señor Rondón fue algún futbolista destacado. Como parecen flojos los conocimientos sobre historia patria, habría que recordar que el general Rondón fue uno de los grandes héroes del país, brazo derecho del Libertador. «Coronel, salve usted la patria», le dijo Bolívar en un momento crítico de la Batalla de Boyacá. Buriticá, sin duda, se acordó de la angustia libertadora en momentos confusos para su proyecto de emancipación.
Acabamos de celebrar un nuevo aniversario de la fundación de Armenia este 14 de octubre. Ante esta efeméride me he puesto a pensar si en 1989, cuando la Ciudad Milagro sea centenaria, las gentes se acordarán, en un estadio con capacidad ya definida para 48.000 espectadores, quiénes clavaron en esa cañada una idea.
Dentro de doce años habrá en las graderías una nueva generación para la que yo escribo esta crónica, como homenaje a la ciudad del futuro, y nada sería tan doloroso como descubrir que el público no sabe quiénes fueron Alberto Gómez Mejía y Diego Buriticá Baena, dos pioneros actuales del progreso que caminan por estas calles de Dios con su civismo a cuestas.
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Entreacto: Esta crónica fue escrita en octubre de 1977. Estamos un año después y las cosas han vuelto a variar. Parece que comenzaran de nuevo.
Es un típico retrato municipal. Alberto Gómez Mejía ya no es el alcalde. Hubo nuevos planteamientos, muy movidos, y la cañada volvió a enfriarse. O se calentó, si se quiere. Los trabajos fueron suspendidos apenas en sus comienzos. Primero surgieron dudas, para las nuevas autoridades, sobre fallas jurídicas del contrato de movimiento de tierra, adjudicado a Buriticá, personaje de esta historia. Las partes nombraron apoderados. Se concluyó que el contrato era válido. Pero la obra continúa paralizada.
Se argumenta que su costo fue mal calculado. La ciudadanía no entiende de costos y solo quiere la obra. Don Raúl, nuestro alcalde de la escoba (la que, a propósito, pasó a segundo plano), trasladó el problema al Concejo. ¿No comenzó así el primer forcejeo? La opinión pública piensa que hay gato encerrado. Se habla de maniobras políticas. El pueblo pide «cañada». Si hay déficit, se dice, que lo resuelva el Gobierno Nacional. «Para eso producimos mucho café…»
Sin partidos
Este cronista no toma partido en el asunto. Simplemente narra. No desea buscar su sepultura en una cañada. Clama, sí, por el desgaste de energías y la dispersión de otros proyectos. El estadio tiene frenada la vida local. Hemos vuelto a tener estadio al desayuno, almuerzo y comida. ¡Paciencia, Armenia!
Vuelven las fuerzas encontradas, las réplicas, los discursos, los pactos políticos, la exaltación de ánimos. El ex alcalde Gómez Mejía defiende con bríos su obra. El alcalde Mejía Calderón, que lamenta no poder desplegar otros planes, resolvió, en últimas, pasarle la pelota al Concejo. Buriticá no desiste. Vuelve a acordarse de Rondón, el de los ánimos templados para el patriotismo. «General: salve usted la patria».
No tomo cartas en el asunto, en cuanto a enredos jurídicos, políticos o financieros, pero apoyo a Buriticá en el nombre del estadio. ¡Porque algún día tendremos estadio! Y debe llamarse Juan José Rondón, como homenaje al gran patriota.
En el Pantano de Vargas el maestro Arenas Betancourt fundió una de sus más impresionantes concepciones: los lanceros de Rondón ¿Que es eso de Estadio Centenario’? Sería un nombre cursi. Se cierra de nuevo el telón. Cuando las cosas salgan de su confusión actual, me propongo continuar esta serie de emoción y suspenso.
La Patria, Manizales, 21-XI-1977.
El Espectador (dos entregas), 27-XI-1978 y 7-XII-1978.
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En mi archivo particular dejé la siguiente anotación (noviembre de 1977): “El Alcalde de Armenia envió este artículo a distintos sectores de opinión, entre ellos a ministros y altos funcionarios del Estado. En el momento se encuentra en trámite un crédito por $ 30 millones para financiar las obras del estadio”. (Sin embargo, el estadio no se construyó en la cañada, sino en los terrenos de la villa olímpica, y no se llamó Juan José Rondón, sino Centenario. Punto). GPE
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Correspondencia
(6 de septiembre de 2016)
A César Hoyos Salazar:
Te envío la crónica que te ofrecí en nuestro encuentro en Armenia, publicada primero en La Patria (diciembre de 1977), y repetida en El Espectador un año después, trabajo bautizado con el título de Historia de una cañada. Remito copia de este correo al batallador alcalde de aquel suceso, Alberto Gómez Mejía. Han pasado casi cuarenta años. Esto es historia de Armenia, de la que Alberto y tú fueron alcaldes sobresalientes. Pero es historia olvidada. Felicidades, Gustavo Páez Escobar
De César Hoyos Salazar:
Muchas gracias por tu envío de la historia de la cañada. Esta es la historia de Armenia y quizás por eso no tenemos jardín botánico en esta ciudad, pero enhorabuena porque nuestro gran Alberto Gómez Mejía sí lo construyó en Calarcá, con mucho sacrificio y renuncia personal, pues prefirió su jardín a ser Consejero de Estado. Es un buen recuerdo ahora que pudimos ver la maravilla del jardín botánico. Saludos, César Hoyos Salazar
De Alberto Gómez Mejía:
Muchas gracias, Gustavo, por la remisión y la remembranza. Faltó decir que en la cañada que escogieron en ese entonces las sociedades de ingenieros y arquitectos para «sembrar» el estadio, se construyó el coliseo cubierto, pero no apoyado en los taludes del terreno como quería Buriticá y como lo hicieron los romanos más de 2.000 años atrás… Alguien sabrá la razón. Un gran abrazo. Y gracias de nuevo. Alberto Gómez Mejía