Otro estilo de violencia
Por: Gustavo Páez Escobar
La agresión de que fue víctima el doctor Clímaco Urrutia en un restaurante bogotano y que tanto ha indignado a sus simpatizantes en el país entero, denota que no solo la violencia política, que se dice superada, sino también la grosería y los arranques de mal humor son personajes siniestros de los colombianos.
La gente se irrita por cualquier cosa. Muy pocos se toman el trabajo de escuchar con serenidad la queja del cliente. Hemos llegado a un estado colectivo de atolondramiento que no permite sosegar los nervios ni mantener despejada la inteligencia para discernir el momento confuso o la situación equívoca que requieren de cabeza fría.
Personas que se suponen con vocación para las relaciones públicas y a quienes les obliga saber buenos modales, las emprenden no solo de palabra sino a palos, como aconteció con el simpático doctor Urrutia, candidato de los inconformes, pero no de los neuríticos, cuando el menor reclamo las hace explotar como seres irracionales.
Pésima referencia ha conseguido para su restaurante este dueño iracundo que con algo más de ferocidad hubiera acabado con la vida del candidato, desviando, de paso, las aspiraciones de buen número de colombianos que en esta hora de desconcierto no encuentra un símbolo más apropiado para expresar su incredulidad.
El doctor Urrutia descubrió que de director de teatro podía saltar a las tablas. Sin pedirle consentimiento a ningún conciliábulo y provisto solo del magnetismo que inspira su imagen en las pantallas de televisión, se proclamó sin tardanza, mucho antes de que otros políticos que todavía no han conseguido el acomodo ideal, como el candidato de los inconformes, de los frustrados, de los apáticos y hasta de los abstencionistas.
Es preciso preservar estos símbolos del país. La gente necesita canalizar su apatía por algún medio. Como sucedió en el pasado con el doctor Otoniel Jaramillo, otro candidato que consiguió adeptos en todos los rincones del país con su vena templada para el sano humor, el doctor Clímaco Urrutia ha tomado la bandera de la hilaridad, tan necesaria en estos momentos de tensión, para poner a reír a los colombianos. Tal parece que el dueño del restaurante es hombre de malas pulgas y sin ningún sentido del humor, a quien solo preocupa la parte metálica del negocio.
Sin proponérselo, este propietario saca a relucir con su malhumorada la imagen áspera de este país de sicópatas. Detrás del mostrador del restaurante, de la taquilla del teatro, del volante del bus o de los altos escritorios oficiales, y siempre con propensión al arrebato, están apoltronadas personas que a veces son las menos indicadas para dirimir trances complejos. Se explota lo mismo por la porción de mantequilla que solicitó el doctor Urrutia en el restaurante que practica una austeridad extrema, que por tener que desviar el taxista su itinerario, o porque el pueblo, que no resiste más, se desespera por la vida cara.
Bien valga el incidente para que el doctor Urrutia, cuando curen sus heridas, salga con nuevos bríos a reforzar su campaña presidencial que ahora contará con más seguidores y que será mucho más productiva cuando las emprenda contra los malgeniados, los frustrados, los sicópatas de todos los matices, los dictadores de los cargos públicos y, desde luego, contra los dueños de restaurantes y de negocios afines que no conozcan normas elementales de decencia.
El Espectador, Bogotá, 16-X-1977.