Guerra de tachuelas
Por: Gustavo Páez Escobar
Todavía hay gente que considera que con tachuelas se va a apoderar de Colombia. Los revoltosos que pretendieron alterar la normalidad del país con el mal llamado paro cívico, acudieron al rudimentario procedimiento de regar las calles con toda clase de elementos punzantes para frenar el ritmo del país. Se olvidaron de que por encima de los propósitos descabellados subsiste y subsistirá la sensatez del pueblo que no se equivoca en preferir la paz.
Es absurdo comprometer a los colombianos a que secunden la violencia con el pretexto de la carestía de la vida y de disfrazadas voces de rehabilitación social, cuando lo que se busca en el fondo es implantar la anarquía. Sin desconocer que existen factores de intranquilidad ciudadana derivados de la compleja situación económica que afecta el equilibrio de los hogares, no son los caminos más adecuados para lograr ese objetivo los de la revuelta y el saqueo.
Las centrales obreras convocaron a un paro cívico y se fueron a él sin escuchar la inconformidad ni de sus bases ni de la opinión sana del país que desde el principio se negaron a apoyar extremismos que ninguna solución habrían de aportar para las dolencias del pueblo. Mal puede abusarse del rótulo de cívico a un movimiento donde no está representada la voluntad soberana de los colombianos y donde sus únicos prosélitos son unas masas de inconformes por oficio que no logran basarse en ninguna ideología para hacerse valer.
Sus intenciones, siempre subversivas y jamás aportantes de verdaderas soluciones, buscan a como dé lugar revolver los cimientos de la sociedad y acuden para ello al grito, la trifulca, el pillaje, el incendio o la mortandad pública para impresionar al pueblo que todavía distingue a los agitadores siniestros.
Esta vez, cuando el país rechazó la invitación y le dijo no a los intentos suicidas, protagonistas del desorden que siempre estarán infiltrados en las filas de cualquier bandera laboral o social trataron de empujar a los colombianos a la revolución, pero se olvidaron de que el pueblo es capaz de moverse por encima de las tachuelas.
El ritmo del país no se frena sembrando las calles de obstáculos y desinflando las llantas de los vehículos. Ya se vio, una vez más, que la mayoría de los trabajadores, aun con dificultades, llegó a sus sitios de trabajo. Es admirable cómo este pueblo que se levantó como un solo hombre para tumbar la dictadura, cuando realmente se requería el vigoroso empuje cívico, también se detiene y reflexiona cuando líderes irresponsables y personalistas lo invitan a revoluciones sin sentido.
Y es que por encima de las bravuconadas de ciertos líderes, y por más piedra y tachuelas y muertos con que inunden las calles, estará vigilante el instinto de conservación. Ese instinto, que es tan característico del colombiano, es el fiel de la balanza que se mueve en la conciencia del país para frenar los propósitos incendiarios.
La garantía que los ciudadanos tenemos en las Fuerzas Militares cuando estas salen a las calles a reprimir los desbordes de la sinrazón, parece no ser tomada en cuenta por los protagonistas de las subversiones, que se creen dueños del país.
Si como epílogo doloroso, que todos lamentamos, quedan algunos inocentes que pagaron con su vida una aventura que fracasa otra vez, y daños materiales causados por quienes se denominan autores de la rehabilitación social, es conveniente meditar frente a estos siniestros en la urgencia de buscar una sociedad más digna, más igualitaria y menos angustiada, pero no por senderos violentos.
Las tachuelas, por frágiles que sean, deben ponemos a pensar que son esguinces que martillan la conciencia y tienen poder de penetración.
El Espectador, Bogotá, 21-IX-1977.