La banda departamental
Por: Gustavo Páez Escobar
Un periódico se refería en días pasados a la posible desintegración de la banda departamental en vista de las dificultades económicas por que atraviesa y de la falta de interés para conservarla. Parece que la institución de las bandas, que en otros tiempos era uno de los distintivos de los pueblos, va declinando porque no se aprecia su valor en esta época que más se preocupa por los sonidos estrafalarios que por la música culta.
Uno de los signos característicos del ayer que se fue era el concierto que se brindaba al pueblo en los parques o paseos públicos. La sociedad en pleno se congregaba a escuchar las notas acompasadas que interpretaban con igual maestría lo mismo el aire vernáculo que la pieza famosa de uno de los grandes compositores de la música universal.
El pueblo culto no puede prescindir de estas recreaciones. No solo es un espectáculo digno de amiración, sino que eleva el nivel cultural de los ciudadanos. Los instrumentos manejados por manos expertas arrancan sentimientos que la gente lleva ocultos y que se toman como recitales del alma cuando encuentra quien los motive.
Si por música se entiende el arte de las musas, es natural que su presencia en el mundo es el aleteo de los dioses que se encarnan en las notas del pentagrama para transmitir movimiento y emociones. Los músicos, que llevan por dentro extraña sensibilidad para expresar el idioma del corazón, son quienes más cerca están de la gente.
El poeta, o el cuentista, o el escritor podrán crear obras grandiosas que se recogerán en antologías y textos escolares, pero nunca llegan tan de repente y con tanta espontaneidad a las masas como lo hace el músico.
Resulta irónico que mientras se pierde tanto tiempo en cosas inútiles y se malgastan dineros del tesoro público con largueza injustificable, se niegue a los músicos de nuestra banda una honesta contribución para que vivan con decoro. Irrita saber que un músico solo devenga la vergonzosa suma de $ 2.000 al mes, como lo anota el periódico de marras, o sea, sueldo de miseria. El instrumento musical que va a la prendería ante apremios inevitables se convierte en una denuncia que se formula a la sociedad.
Me niego a creer que la banda departamental está en liquidación. Sería, de ser cierto, una liquidación moral. No sería concebible que una ciudad culta no engrandezca estas expresiones del espíritu que no pueden apagarse por más que la época sea de gritos y frivolidades. Uno de los deberes de los gobernantes es el de llevar distracción al pueblo.
Si existe sensibilidad para entender el valor de las tradiciones, debemos esperar que esta institución, amenazada de muerte, no tenga necesidad en adelante de depositar los instrumentos en las prenderías y cada vez, por el contrario, penetre más en los afectos de la gente.
Satanás, Armenia, 20-VIII-1977.