La bonanza en avión
Por: Gustavo Páez Escobar
La gente de algún capital entendió de un momento a otro y debido acaso al aguijón de las ganancias ocasionales, que el dinero no es bueno guardado, sino que debe disfrutarse al máximo. En época de vacaciones, la bonanza se viste de turista y monta en avión. Antes se ha cambiado cada seis meses el vehículo, se ha renovado la casa y se han saboreado todas las comodidades de la vida moderna.
Los horizontes de la tierra, infranqueables en otras épocas para la mayoría, resultan hoy familiares para buen número de viajeros presurosos de emociones. La buena suerte cafetera no se detiene en consideraciones para hacer maletas y aterrizar en lugares antes solo imaginados. Miami es ya para muchos un sitio común. Después de dos viajes al país norteamericano, el programa se vuelve monótono.
Las próximas vacaciones serán más extensas. Abarcarán una visita a la Ciudad Luz, una excursión por islas misteriosas que solo la fantasía entreveía, un paseo por las calles londinenses, una mirada a las murallas del suplicio y acaso una pernoctada en la tierra de los zares.
Ya habrá tiempo de recorrer los países del Oriente legendario. El África, con sus fieras y sus cuentos de terror, se domina de una sola mirada. Al día siguiente la cita será en Madrid o en El Vaticano.
Hoy el turismo continental es voraz. Existe un ansia descontrolada de viajar, de quemar dólares. Es la manera de convivir con esta época precipitada. La bonanza no es para todos, sino para unos pocos, pero estos entendieron que si el Gobierno disminuye las ganancias es preciso adquirir dólares viajeros y dejar en otra parte el producto de las cosechas.
Antes el dueño de una tierra discurría gratamente entre surcos y atardeceres, ajeno a secuestradores y chantajistas, y entregaba a la siguiente generación el capital trabajado con reflexión. Los pasatiempos eran parcos. Las distancias del mundo se veían demasiado remotas y no tentaban la codicia.
Hoy la finca que se traspasa a los herederos se cercena con el pago de impuestos. Ha nacido un severo régimen que castiga las ganancias ocasionales. Dice la gente, en buen romance, que no es gracia trabajar tan duro para el Estado. Por eso, los ricos, y también los menos ricos, se dedicaron a gastar en vida lo que terminaría robusteciendo las arcas públicas.
EL turismo internacional está menoscabando el turismo doméstico. Las playas de Cartagena no son ya lugar preferido para una temporada. Familias enteras se desplazan por los caminos del mundo con los bolsillos llenos para el placer y el derroche. Las agencias de turismo facilitan llamativas oportunidades y hasta quienes no tienen capacidades financieras se embarcan en estos señuelos de la época que no saben cómo pagarán.
El capital colombiano que los antepasados custodiaban celosamente para el porvenir de los suyos y la prosperidad de Colombia, se volvió derrochador. Hay un contagio general de recorrer mundo, vivir aventuras, gastar la bonanza. Como contrasentido, un enorme número de colombianos solo cuenta con una comida al día y otros se mueren de inanición.
Muchos millones de billetes salen por la puerta ancha de Colombia en cada temporada de vacaciones. La invitación, para cuando canse tanto viaje repetido, sería a conocer Colombia, que muchos ignoran, dominados por la fiebre de la bonanza fiestera.
El Espectador, Bogotá, 26-VII-1977.